sábado, 24 de agosto de 2019

CAPITULO 18




Cojo mi bolso y me dirijo obedientemente a la puerta. Cinco minutos después estoy acurrucada en el asiento del copiloto del coche de Pedro, que ha puesto la calefacción al máximo al ver mis piernas temblar.


—No es frío, Pedro—aclaro—. Es que aún no me he recuperado de la impresión.


—Debería haberle matado —dice entre dientes, furioso.


—No digas tonterías… Te habrían metido en la cárcel, ¿y dónde encuentro yo otro ayudante tan eficiente como tú?


Por fin consigo arrancarle una sonrisa. ¡Gracias a Dios! Media hora después estamos en la puerta de mi apartamento. Intento abrir la puerta, pero a la tercera vez que se me caen las llaves al suelo Pedro suspira, me las quita y abre por su cuenta.


—Date un baño y relájate —ordena—. Voy a prepararte algo de cenar.


—No hace falta, Pedro… en serio…


—Es una orden, Paula. Ahora no estamos en el trabajo y quien manda soy yo.


Sonrío y me dirijo a mi habitación, porque Pedro tiene razón: necesito darme una ducha y arrancarme el tacto de Mauro de la piel. Cuando estoy medio desnuda Pedro pega en la puerta.


—¿A eso lo llamas tú nevera, Paula? —protesta— Solo tiene telarañas, bajo un momento al supermercado. Me llevo tus llaves, y tú date un buen baño, ponte un pijama y siéntate en el sofá.


Como va a tardar un rato, lleno la bañera de agua caliente, echo sales para que hagan espuma y me tumbo en ella con un suspiro. Mi cuerpo poco a poco se relaja y mi mente vaga hasta mi lobo solitario.





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