miércoles, 28 de agosto de 2019

CAPITULO 34





Pedro me recibe con una taza de café en la mano como de costumbre, y en cuanto la cojo me arrebata la caja de dulces de las manos para husmear en ella y elegir uno, igual que siempre. Todo parece ir con normalidad, así que me relajo y me quito la chaqueta para ponerme a trabajar.


—¿Ha llamado alguien? —pregunto encendiendo mi ordenador.


—Nadie, pero Christian quiere que subamos para ultimar los detalles del viaje.


—Parece que será una mañana tranquila, gracias a Dios.


—Eso parece.


Pedro se asoma a la puerta, mira a ambos lados y cierra con cuidado echando el cerrojo antes de volverse hacia mí con esa sonrisa de demonio que tanto me hizo estremecer ayer. Se acerca despacio, me enlaza de la cintura y une mi cuerpo al suyo antes de darme un beso suave, lento… y muy ardiente.


—Ahora sí, nena… Buenos días —susurra.


Yo me he quedado muda, y empiezo a perder el sentido cuando él llena de pequeños besos húmedos mi cuello, pero recupero la razón a tiempo y le empujo para que me suelte.


—¿Te has vuelto loco? —susurro— ¡Suéltame!


—Tranquilízate, no van a pillarnos —contesta volviendo a su asalto.


—¡Eso no lo sabes!


—No había nadie a la vista, y por si acaso he echado el cerrojo.


Pedro, ahora en serio…


Pedro sujeta mi cabeza con ambas manos y une su boca a la mía de nuevo. Sus labios son tan dulces y tiernos que me hacen gemir, y cuando su lengua entra en mi boca pierdo la razón por completo. Soy incapaz de resistirme a él cuando me toca, no soy capaz de negarle lo que quiere aunque estemos en el trabajo.


—No vuelvas a hacerlo —advierto—. ¿Es que te has vuelto loco?


—Solo ha sido un beso —contesta mirándome de arriba abajo—. Aunque reconozco que me encantaría subirte a ese escritorio para echarte un buen polvo…


—¡Calla! Si vuelves a hacer algo así se terminará nuestro acuerdo.


—Reconoce que te ha encantado —susurra acercándose de nuevo.


—¿Y eso que tiene que ver? ¡Podían habernos pillado, Pedro! ¿No te das cuenta?


—Pero no lo han hecho, ¿verdad?


—Acordamos que esto no se interpondría en el trabajo.


—La culpa es tuya —contesta cogiéndome de nuevo de la cintura—. Si no fueras tan jodidamente atractiva no me pasaría el día empalmado por tu culpa.


Me quedo sorprendida ante su arranque de sinceridad. Reconozco que me alaga mucho que me desee, pero no podemos estar todo el día así…


—¡Pues contrólate o se acabó! —suspiro al fin— Y ahora déjate de locuras y vamos a trabajar.


—Como usted ordene, jefa.


Pedro abre la puerta y se marcha a su despacho dejándome con una sonrisa de oreja a oreja. 


Aunque no quiera reconocerlo me gusta que me agasaje de esa manera, pero debemos ser discretos si no queremos tener problemas con el jefe. A las once, subimos al despacho de Christian para ultimar los detalles del maldito viaje, pero al ver allí a Mauro cojo inconscientemente a Pedro de la mano. 


Desde el incidente del despacho ese hombre me pone muy nerviosa y no me siento segura cuando él anda cerca.


—Tranquila —susurra Pedro en mi oído antes de ocupar la silla entre Mauro y yo.


—Bien —dice Christian—, ya que estamos todos aquí vamos a ultimar los detalles del viaje. Paula, ¿qué tenéis en mente?


—Una novia corriendo por los viñedos —contesto—, un novio intentando atraparla…


—El novio la alcanza en los barriles y la besa —continúa Pedro— para después ofrecerle una copa de vino.


—También hemos pensado que Mauro brinde con la cámara al final diciendo unas palabras sobre el vino —añado.


—Me gusta —contesta Mauro—, es justamente lo que tenía en mente.


—Pues entonces todo está listo —dice Christian—. Aquí tenéis los billetes para el vuelo. En el aeropuerto os recogerá un coche de Cavalcanti para llevaros a la casa de campo.


—Pensé que era una estupidez que os alojaseis en un hotel cuando en la casa hay sitio de sobra —aclara Mauro con una sonrisa que me hiela la sangre—, así que mi prometida ha viajado hasta allí para preparar la casa de invitados. Espero que no os importe.


—En absoluto —contesto sin inmutarme.


—En ese caso —contesta levantándose—, nos veremos allí.


Mauro se levanta y se marcha, y Christian suspira y se deja caer en su silla.


—Chicos, siento que mi hijo os esté dando demasiados quebraderos de cabeza, pero confío en que sepáis llevarlo de la mejor manera posible.


—No te preocupes, tío Chris, sé manejar perfectamente a mi primo — contesta Pedro.


—No olvides que necesitamos trabajar para él, Pedro. Sé que no os lleváis demasiado bien, pero necesitamos este contrato.


—Tranquilo, todo saldrá bien, te lo prometo —digo apretándole el brazo para darle ánimos.


—¿En qué modelos habéis pensado para el anuncio? —pregunta de pronto.


—Stefanie y Jay —contesto—. Son perfectos para el papel.


—¿Y por qué no tu hermana, Pedro? —pregunta Christian— Ha llegado a mis oídos que es muy profesional y estoy seguro de que disfrutará del viaje.


Veo el músculo de la mandíbula de Pedro tensarse, y le aprieto la mano para intentar calmarle.


—Leila está enferma —suelto de golpe—. Pensamos en ella en primer lugar, pero tiene gripe y debe guardar cama unos días.


—Vaya, qué mala suerte… —contesta mi jefe— Pues nada, que sea Stefanie entonces. Marchaos a casa, tenéis muchas cosas que preparar.


Pedro y yo volvemos al despacho y me dejo caer en el sillón con un suspiro.


—Gracias por lo de Leila, Paula —dice Pedro.


—No es nada.


—Mauro no tiene escrúpulos y sería capaz de cualquier cosa con tal de hacerme daño, y ella no tiene su sangre.


—Estoy asustada —reconozco.


Pedro se arrodilla a mi lado y acaricia mi mejilla con el dorso de la mano.


—Todo va a salir bien, nena. No te preocupes.


—Yo no estoy tan segura de eso. Tu primo es un capullo y apuesto lo que quieras a que trama algo.


—Yo estaré allí contigo, no permitiré que te pase nada malo. Además, mira el lado positivo… tendremos la casa de invitados para nosotros solos.


—Te olvidas de Stefanie y Jay.


—Tienes razón. Entonces me colaré en tu cuarto cuando ellos ya se hayan dormido —responde con una sonrisa traviesa.


—Estás loco… Anda, vámonos ya que tengo muchas cosas que preparar.






CAPITULO 33




Después de pasar un día de Año Nuevo de ensueño con Pedro volvemos al trabajo. Hemos pasado casi todo el día en la cama, o mejor dicho, en la cama es donde menos hemos practicado sexo. Es un hombre increíble, tiene una gran imaginación y me ha hecho disfrutar más de lo que podía imaginar, pero hay que volver a la realidad aunque no quiera porque me asusta que nuestro acuerdo interfiera en el trabajo. Anoche Pedro se marchó a su apartamento a regañadientes porque su intención era pasar la noche conmigo aunque ese no es nuestro trato.


—¿Y qué más da que pase la noche contigo, Paula? —protestó— Mañana me iré a primera hora para cambiarme y cada uno llegará a la oficina por su lado.


—Necesito dormir, Pedro. ¿Sabes lo que es eso? Estoy destrozada.


Él se acercó y enredó sus brazos en mi cintura con una sonrisa traviesa.


—¿Acaso vas a negarme que prefieres estar sin dormir a dormir completamente sola? —preguntó.


—Créeme, esta noche no lo prefiero. Te recuerdo que mañana tenemos que prepararnos para el viaje a La Toscana y no puedo lidiar con tu primo si no estoy completamente despejada.


—Por esas te libras. —Acercó sus labios a los míos y me besó—. Nos vemos mañana entonces, nena.


—Hasta mañana.


A pesar de todo no fui capaz de hablar con Wolf. Aunque realmente parezca una tontería siento que le estoy traicionando de alguna manera, y aunque debería hablar con él y decírselo no creo que sea la mejor idea. Lo que tengo con Pedro es tan solo una aventura y si se lo cuento quizás estropee la oportunidad de tener una relación estable con él.


Entro en el edificio donde trabajo respirando hondo. Lu está inmersa en el papeleo y me sonríe cuando me apoyo en el mostrador con un suspiro.


—Buenos días, Lu.


—¿Dónde has estado? Te llamé ayer pero no me cogiste el teléfono.


—Lo siento, no me encontraba demasiado bien —miento.


—¿Y por qué no me lo dijiste? Habría ido a cuidarte.


—No quería estropearte la oportunidad de pasar tiempo con Eduardo.


—Eduardo ha desaparecido. Literalmente.


—Espera, ¿qué? ¿Cómo que ha desaparecido?


—Su teléfono no existe desde el día de fin de año, y como nunca fuimos a su casa no sé dónde buscarle. Intenté contactar con él por la página de citas pero su perfil ha sido borrado.


—Mierda, Lu… Lo siento muchísimo.


—Desde el primer momento vi algo extraño en su comportamiento pero no hice caso. Lo normal habría sido que se acostase conmigo y desapareciese, pero qué más da… sobreviviré.


—Por supuesto que lo harás. Si me necesitas…


—Estoy bien, sube a trabajar que ya llegas tarde.


—¿Comemos juntas?


—Claro, nos vemos luego.


Subo en el ascensor con el corazón latiendo a mil por hora al pensar en ver a Pedro. Tengo miedo de enfrentarme a él, pero si no lo hago nunca sabré cómo irán las cosas entre nosotros. 


En realidad no sé si temo perder a un hombre tan bueno en la cama o a un ayudante tan eficiente como él…


—Buenos días, jefa.




CAPITULO 32




Me quedo pensando en sus palabras. Sé que está siendo sincero porque a él no le hace falta utilizarme para llegar al jefe, pero eso de que no habrá consecuencias no me convence demasiado. Pedro acaricia mi mejilla con suavidad y me besa fugazmente en los labios haciendo que deje de pensar.


—No le des más vueltas, nena. Déjate llevar, disfruta del placer que podemos experimentar juntos y cuando decidas que es suficiente, se termina y tan amigos.


—Alguno de los dos puede terminar herido y lo sabes.


—¿Por qué? Las bases de nuestro acuerdo están firmemente plantadas. Es solo sexo, ¿qué puede salir mal?


—Pero si Christian se enterase…


—No va a hacerlo. Esto es algo entre tú y yo y nadie tiene por qué saberlo.


—¿En serio crees que es posible?


—Lo sé, nena. No es la primera vez que hago algo así y siempre ha terminado bien.


Oír de sus labios que ha tenido sexo con otras mujeres siembra una pequeña semilla de celos en mi corazón, pero no hago caso y le beso para sellar nuestro acuerdo.


—¿Eso es un sí? —pregunta con una sonrisa.


Asiento y Pedro me vuelve carga al hombro para dejarme caer sobre la cama y volver a ponerme debajo de su cuerpo antes de besarme con intensidad.


—Ahora vamos a sellar nuestro pacto… —susurra— follando hasta el amanecer.


—¿Y la fiesta?


—Tú y yo vamos a tener nuestra propia fiesta en esta misma cama.



CAPITULO 31




Esta noche es fin de año: la noche de los buenos propósitos para el año nuevo y permanecer de fiesta hasta el amanecer. La verdad es que no es que me guste particularmente esta fiesta, normalmente la paso en casa viendo películas navideñas tomando chocolate caliente con nubes, pero este año en particular necesito soltarme un poco la melena y dejarme llevar por el momento. Aún faltan unas horas para la fiesta de la empresa, así que decido darme un buen baño relajante antes de arreglarme para salir. Lleno la bañera de agua humeante repleta de burbujas y me instalo en ella con un suspiro.


En cuanto cierro los ojos vienen a mi mente los ojos verdes de Pedro, que me miran ardientes de deseo. Está demasiado cerca de mí y se relame los labios como si fuese el lobo feroz a punto de cenarse a Caperucita. Mi sexo comienza a calentarse y mi mano resbala inconscientemente por mi estómago hasta él.


—Vamos, Bunny… déjate llevar.

Ahora no es Pedro quien me aprisiona contra la pared, sino mi lobo solitario. Sus labios carnosos se unen a los míos en un beso hambriento y gimo presa del deseo. Mi mano comienza a moverse sobre mi clítoris, y en mi imaginación mi perverso desconocido se deshace de mi blusa lentamente.
Tengo los pezones duros debido al deseo y él no pierde ni un segundo en acercar su boca a ellos y saborearlos, degustarlos lentamente, haciéndome gemir.
Su boca abandona mi pecho para subir lentamente hasta mi cuello y recorrerlo con besos húmedos y calientes.
—Eres mía, Bunny, que no te quepa la menor duda.
Su arranque de posesión hace que una oleada de calor indescriptible suba por mi espalda haciéndome jadear. Mi desconocido me penetra entonces de una sola embestida, expandiéndome y llenándome por completo, y me sostengo con fuerza a sus hombros desnudos. Sus fuertes brazos me levantan y enredo las piernas en su cintura para que pueda penetrarme mejor. Sus embestidas me hacen rasparme la espalda contra la pared, pero el placer es tan intenso que no me importa.



Mi mano aumenta el ritmo de los roces sobre mi clítoris y llego al 
orgasmo cuando en mi imaginación es Pedro quien me lleva hasta él. 


Abro los ojos respirando entrecortadamente. ¿Qué demonios ha sido eso? ¿Por qué no puedo decidirme en mis fantasías por uno solo de los dos? Salgo de la bañera de mal humor y con muy pocas ganas de ir a la fiesta, así que me lío en una toalla, me sirvo un tazón de helado de pistacho y me tumbo en el sofá.


Cuando abro los ojos al escuchar el timbre de la puerta, me doy cuenta de que casi es la hora de irme. ¡Mierda, me he quedado dormida! Abro y hago pasar al Pedro sin darme cuenta de que aún voy cubierta solo con la toalla.


—Pasa, me quedé dormida —digo dándome la vuelta—. No tardaré.


Pedro me coge de la muñeca impidiéndome marcharme, y cuando me vuelvo para ver qué le ocurre le veo mirándome de arriba abajo con lujuria.


—A la mierda, Paula —susurra.


Pega a su cuerpo al mío para abrazarme con fuerza y une su boca a la mía igual que en mi fantasía de antes, pero ahora puedo notar perfectamente en sabor de sus labios, el calor de su cuerpo y el bulto de su erección.


—Lo he intentado —dice al apartarse—, te juro por Dios que lo he intentado, pero estoy cansado de evitarte. Estoy cansado de necesitarte y hacer como si no pasara nada, nena.


Vuelve a besarme, esta vez con más suavidad. 


Su lengua entra en mi boca y recorre todos sus secretos, jugando con mi lengua, tentándola hasta que un gemido escapa de mi garganta sin querer. Sus manos deshacen el nudo de la toalla y la dejan caer al suelo, dejándome completamente desnuda.


Pedro me mira sonriendo y acaricia el costado de uno de mis pechos con el dorso de la mano.


—Dios, eres perfecta, nena… tu cuerpo me deja sin respiración.


—Esto no está bien, Pedro —protesto.


—Deja de pensar, Paula… solo siente.


Me coge en brazos para dejarme caer sobre el colchón de mi cama y empezar a desnudarse. 


Aunque podía deducir que tenía un buen cuerpo debajo de la ropa jamás imaginé que un hombre pudiese parecer cincelado en mármol como él. La palabra perfección se queda corta para describir su abdomen bien definido, y me muero de ganas de lamerlo despacio como si fuese un helado. Pedro me saca de mis cavilaciones gateando sobre mi cuerpo para volver a besarme, pero se deja caer a mi lado sin apartar su boca de la mía. Sus manos comienzan a viajar por mi cuerpo encontrado todos los puntos sensibles que me hacen estremecer, incluso aquellos que no sabía que poseía. No dejo de arquearme loca de deseo, necesito desesperadamente que Pedro entre en mi cuerpo, pero él se limita a acariciarme lentamente con la yema de los dedos.


—Te deseo desde la primera vez que te vi, nena —susurra en mi oído —, casi me vuelvo loco por las ganas de tocarte.


Su boca baja hasta mi pecho y asalta mis pezones, y siento mis jugos correr por mis muslos cuando sus dientes lo aprisionan con suavidad. Apenas se detiene un momento en ellos y baja por mi estómago hasta encontrarse con mi sexo ardiente de necesidad.


—Mmm… —susurra— Estás tan mojada…


Su lengua se entierra entre mis labios y recoge mis jugos antes de lanzarse hacia mi clítoris hinchado con una gula que a punto está de lanzarme de cabeza al orgasmo. Pedro se recrea lamiéndome, chupándome durante una
eternidad, tensándome hasta el límite de la locura, y cuando estoy a punto de llegar al orgasmo su boca abandona mi sexo y vuelve a encontrarse con la mía.


—Aún no, nena —aclara—. Lo harás conmigo.


Sus palabras consiguen derretirme por completo y hacerme gemir.


Pedro se coloca a mi espalda, y tras colocarse un preservativo pasa mi pierna por su cintura. Me siento abierta, expuesta, pero lo único que me importa es sentirle dentro de mí. Cada centímetro que me penetra es una tortura que no quiero que termine, y su mano rodea mi cintura para pegarme más a su cuerpo y empezar a moverse. Sus embestidas son lánguidas, cadenciosas, y mi cuerpo florece poco a poco bajo sus manos. Su mano sostiene mi pecho sin apretarlo, sin acariciarlo siquiera, pero el calor que desprende es suficiente para que una descarga de placer baje por mi estómago. No puedo más, el placer está a punto de hacerme perder la cabeza, y cuando el orgasmo sube por mi espalda siento a Pedro vaciarse con un gemido sordo.


Cuando Pedro recupera el aliento me acurruca entre sus brazos para besarme una y otra vez sin dejarme pensar en lo que acabamos de hacer. Pero tengo que volver a la realidad, todo esto ha sido una locura que no se puede volver a repetir, así que me aparto de él con la intención de levantarme. En vez de dejarme marchar Pedro me inmoviliza bajo su cuerpo para poder mirarme a los ojos.


—¡Ey! —susurra— ¿Qué pasa, nena?


Su voz profunda penetra en mi mente y le miro con la culpa reflejada en el rostro.


—Esto no debería haber pasado —digo al fin.


—¿Por qué no? Te deseaba y tú a mí, no hay nada de malo en eso.


—Eres mi ayudante, Pedro.


—Y también soy un hombre, un hombre que te desea.


—¿Y qué pasa con Leila?


—¿Leila? ¿Qué coño tiene que ver Leila en todo esto?


—¿Cómo que qué tiene que ver? ¡Acabas de serle infiel!


La carcajada de Pedro resuena por la habitación dejándome alucinada.


¿De qué coño se ríe? Le golpeo en el pecho y salgo de la cama para encerrarme en el baño, pero él es más rápido y me intercepta en el pasillo.


—¿Dónde crees que vas? —pregunta.


—Suéltame, esto no tiene ni puñetera gracia.


—Te aseguro que sí la tiene, y si te calmas…


—¿Que me calme? ¡Acabas de serle infiel a tu novia y te hace gracia! ¿Cómo quieres que me calme?


—Leila no es mi novia.


Dejo de retorcerme y me quedo mirándole a los ojos en busca de alguna señal que me demuestre que está mintiendo, pero Pedro está muy serio mirándome fijamente a los ojos.


—Leila es mi hermana, Paula —dice al fin.


—¿Tu hermana?


—Mi hermana.


Me siento como una tonta, como una auténtica imbécil por haber hecho suposiciones en vez de preguntarle abiertamente.


—¿Cómo se te ocurrió pensar que era mi novia? —pregunta.


—¡No os parecéis en nada!


—Es la hija de mi padre con su segunda mujer y se parece a su madre.


—¡Oh! —susurro— Creí…


—¿Por qué no me lo preguntaste?


—No creí que fuese asunto mío.


—No soy hombre de engañar a las mujeres, Paula. Creí que me conocías mejor.


—Y te conozco, pero…


—Pero creíste que estaba engañando a mi novia.


—Lo siento —me disculpo al fin.


—Olvídalo, ¿de acuerdo?


Pedro intenta volver a besarme, pero le aparto empujándole del pecho y me dirijo al baño.


—¿Y ahora qué pasa? —pregunta con la frustración dibujada en el rostro.


—¡Es que yo no soy así, Pedro!


—¿Así, cómo?


—No voy por ahí acostándome con un hombre a la primera de cambio.


—¿A la primera de cambio? ¿En serio? Has sentido tan bien como yo la tensión sexual que hay entre nosotros desde el principio, no me vengas con esas.


—¡Es que no tengo tiempo de enamorarme!


—¿Y quién ha hablado de amor, Paula? Te deseo y sé que tú sientes lo mismo. ¿No podemos disfrutar de ello y ya está?


—Haces que suene sencillo.


—¡Porque lo es! Nos conocemos y tenemos la suficiente confianza para echar un polvo cuando nos apetezca sin que haya consecuencias. ¿Por qué no hacerlo?