sábado, 24 de agosto de 2019

CAPITULO 20




Se acerca peligrosamente la Navidad, y con ella miles de campañas publicitarias que tienen que estar terminadas a tiempo. Pedro y yo llevamos dos semanas hasta el cuello de trabajo y no podemos descansar ni siquiera los fines de semana.


Desde que me libró de Mauro, todo ha cambiado entre nosotros… para bien, por supuesto. La confianza entre nosotros ha crecido hasta el punto que es raro no verle en mi casa o verme a mí en la suya, siempre para trabajar, claro está. 


Su novia Leila es un amor y jamás ha puesto pegas en que Pedro llegue tarde a casa o que pase los sábados trabajando en vez de con ella. 


Ya ha hecho con nosotros tres anuncios, y los clientes han quedado encantados con su trabajo. Con su físico y su talento llegará lejos en el mundo de la actuación si se lo propone.


Hoy es uno de esos días en los que estoy a punto de morder a alguien.


Tengo la oficina llena de botellas de vino, cava, cajas de dulces navideños e incluso caviar. 


Tenemos que tener todos esos anuncios listos para el viernes y las ideas se nos están acabando a ambos. Por si eso fuera poco, aún no he sido capaz de decirle nada a Christian respecto al viaje a La Toscana. Ya han pasado dos semanas y tengo que darle una contestación a Mauro ya, pero no estoy dispuesta a viajar sin haber dejado todos los anuncios al menos planteados.


Pedro se acerca con dos tazas de café y se sienta en su nuevo puesto: a mi lado en el escritorio.


—¿Ocurre algo? —pregunta dando un sorbo a su café.


—Estaba pensando en el anuncio de Cavalcanti.


—¿No crees que ya va siendo hora de que hables con mi tío?


—Necesito que terminemos todo esto antes de que nos mande a La Toscana.


—Paula, mi tío sabe que en estas fechas estamos hasta arriba de trabajo y estoy seguro de que hablará con Mauro para aplazarlo hasta
después de las fiestas. No es un anuncio navideño después de todo, y después de lo que pasó no creo que mi primo se atreva a negarse.


—¿Tú crees?


—Estoy seguro, pero tiene que saberlo por ti. ¿Quieres que suba a decírselo yo?


—No, yo lo haré —replico levantándome.


Me dirijo con paso decidido hacia el despacho de mi jefe, pero mi determinación me abandona cuando me encuentro a pocos pasos de su puerta.


¿Y si me manda a Italia a mí sola? ¿Y si decide enviarme ahora dejando a Pedro al mando de las cosas por aquí? ¡Que sea lo que Dios quiera! 


Abro la puerta del despacho… para encontrarme allí a Mauro sentado hablando con su padre. Un miedo incomprensible me recorre, pero carraspeo y levanto la mirada hacia mi jefe, que está mirándome con una ceja arqueada.


—Lo siento, volveré más tarde —me disculpo.


—No te preocupes, Paula —contesta él haciendo aspavientos con la mano—. Estábamos hablando del anuncio, pasa.


El alma se me cae a los pies al ver que Mauro se me ha adelantado.


Me acerco a la mesa de mi jefe y me siento en el sillón alejándolo de su hijo lo máximo posible sin levantar sospechas.


—Mi hijo insiste en que debéis iros a La Toscana lo antes posible — protesta mi jefe—, y no entiende que ahora tenéis mucho trabajo para hacer algo así.


—Deberíamos dejarlo para enero —sugiero—. A fin de cuentas no es una campaña navideña…


—Papá, Pedro puede ocuparse del trabajo mientras Paula y yo grabamos el anuncio —replica el despreciable de Mauro.


—Sé que tu primo es capaz de eso y de más, pero Paula es muy perfeccionista y tiene que supervisar ella misma el trabajo. ¿No es así, querida?


—Me conoces muy bien, Christian —contesto más aliviada.


—Como ha dicho ella, pospondremos el rodaje del anuncio hasta enero, cuando la campaña haya terminado.


—Si no es mucho pedir, Christian, me gustaría llevarme a Pedro conmigo —sugiero—. Será un duro trabajo y necesitaré su ayuda.


—Es tu ayudante, hija. Haz lo que creas conveniente.


—Papá, hace meses que hablamos de este anuncio y…


—Mauro, la nueva remesa de vinos de tu suegro no estará lista hasta mayo —interviene su padre—. Habrá tiempo de sobra para tener listo el anuncio aun grabando en enero.


—Si me disculpáis, tengo que volver al trabajo —digo levantándome.




CAPITULO 19




No he recibido noticias de él en todo el día… supongo que estará muy ocupado. Antes de acostarme le enviaré un mensaje.


Unas manos masculinas acarician mi pierna lentamente. Sus dedos apenas rozan mi piel, pero su tacto me está poniendo la piel de gallina.
Suben despacio por mis pantorrillas, mis rodillas, mis muslos… y se saltan mi sexo para pasar a recorrer mis costillas. Las cosquillas que me hace me arrancan una carcajada y hacen que me remueva en el agua, tirando la mayor parte al suelo.
—Cuidado, preciosa… vas a ponerlo todo perdido.
Sé que es mi chico misterioso quien me toca, mi lobo solitario, pero es la voz de Pedro la que escucho en mi cabeza. Tan ronca, suave, sensual… Mis pezones se ponen duros solo con oírla y mi sexo gime de deseo porque lo toque, porque lo saboree con su lengua caliente. Pero él solo se limita a acariciarme despacio, muy… muy despacio…


—Paula…



Su boca baja por mi cuello lentamente hasta encontrarse con uno de 
mis pezones sonrosados, que está enhiesto esperando la caricia de su lengua.
Un gemido escapa de mis labios cuando sus dientes lo atrapan, cuando su lengua lo acaricia, cuando sus labios lo succionan.


—Tócame —suplico con un gemido.


—Aún no, cariño… aguanta.


—¡Eh, Paula!



La voz de Pedro me sobresalta y tiro el agua fuera de la bañera en un intento inútil por cubrirme, porque él está al otro lado de la puerta.


—¿Sí? —contesto con la voz aún algo ronca por el sueño… y el calentón.


—La cena está lista.


—Ahora mismo salgo.


Salgo de la bañera y me seco pensando en lo que he estado soñando hace un momento. Ha sido un sueño de lo más caliente… y extraño. 


Diez minutos después voy al salón con unos pantalones de yoga y una camiseta, porque no pienso permitir que mi ayudante me vea con uno de mis pijamas de muñequitos. En la mesa encuentro una cena digna de un rey: verduras rehogadas, pollo a la plancha y puré de patatas. Yo estoy acostumbrada a comerme un sándwich o pedir comida al chino… mi cocina no está hecha a tanto trote


—¡Guau, Pedro! —exclamo sorprendida— ¿También cocinas?


—Esto no es cocinar, Paula, es defenderse en la cocina. Soy un tío al que le gusta comer bien y eso solo se consigue cocinando tú mismo.


—Créeme, en este momento me alegro de ello. Todo tiene una pinta deliciosa.


Nos sentamos a cenar mientras hablamos del trabajo. Está todo delicioso, y cuando me doy cuenta he terminado con toda la comida que Pedro me ha puesto en el plato.


Preparamos un café y nos sentamos en el sofá tranquilamente.


—Estaba todo delicioso, Pedro. Muchas gracias por todo, de verdad.


—No hay de qué, jefa. ¿Estás ya más tranquila?


—Sí… creo que el mal rato ya ha pasado.


—¿Qué hacía allí mi primo? Creo recordar que no tenía cita prevista.


—Así es, se presentó por sorpresa. Quiere que vayamos a grabar el anuncio a los viñedos Cavalcanti en Italia. Le he dicho que son demasiados gastos para quitármelo de encima, pero dice que él correrá con los gastos.


—No vas a poder negarte. En cuanto Christian se entere te dirá que prepares las maletas.


—Lo sé —digo suspirando—. Mañana debemos buscar un fin de semana en el que ambos podamos escaparnos a Italia.


—¿Ambos? —pregunta extrañado.


—No creerás que voy a irme yo sola con Mauro a Italia, ¿verdad? Pedro… espero que domines el italiano, porque…


Él suelta una carcajada y tras dejar ambas tazas en el fregadero, se pone su chaqueta dispuesto a marcharse.


—Bueno, jefa… debo irme. Tienes que descansar… y yo también para que se me quite el dolor de cabeza por completo.


—Es verdad… lo siento —digo avergonzada por no acordarme de su malestar—. Con todo lo que ha pasado se me olvidó que estabas mal.


—Tranquila… sobreviviré. Que descanses.


—Tú también. Y Pedro… Gracias.


—No hay de qué.


Cuando cierra la puerta tras de sí, miro el teléfono a ver si tengo algún 
mensaje de mi chico solitario. Ahí está… esperándome en mi bandeja de entrada.


Buenas noches, preciosa. Hoy no hemos podido hablar, pero mañana me desquitaré, te lo prometo. Dulces sueños, Bunny… por ahora.


¿Por ahora? ¿Qué habrá querido decir con eso? Le contesto un sencillo 
“Buenas noches, que descanses tú también” y me voy a la cama. 


Sueño que un par de chicos misteriosos me reclaman… por completo.




CAPITULO 18




Cojo mi bolso y me dirijo obedientemente a la puerta. Cinco minutos después estoy acurrucada en el asiento del copiloto del coche de Pedro, que ha puesto la calefacción al máximo al ver mis piernas temblar.


—No es frío, Pedro—aclaro—. Es que aún no me he recuperado de la impresión.


—Debería haberle matado —dice entre dientes, furioso.


—No digas tonterías… Te habrían metido en la cárcel, ¿y dónde encuentro yo otro ayudante tan eficiente como tú?


Por fin consigo arrancarle una sonrisa. ¡Gracias a Dios! Media hora después estamos en la puerta de mi apartamento. Intento abrir la puerta, pero a la tercera vez que se me caen las llaves al suelo Pedro suspira, me las quita y abre por su cuenta.


—Date un baño y relájate —ordena—. Voy a prepararte algo de cenar.


—No hace falta, Pedro… en serio…


—Es una orden, Paula. Ahora no estamos en el trabajo y quien manda soy yo.


Sonrío y me dirijo a mi habitación, porque Pedro tiene razón: necesito darme una ducha y arrancarme el tacto de Mauro de la piel. Cuando estoy medio desnuda Pedro pega en la puerta.


—¿A eso lo llamas tú nevera, Paula? —protesta— Solo tiene telarañas, bajo un momento al supermercado. Me llevo tus llaves, y tú date un buen baño, ponte un pijama y siéntate en el sofá.


Como va a tardar un rato, lleno la bañera de agua caliente, echo sales para que hagan espuma y me tumbo en ella con un suspiro. Mi cuerpo poco a poco se relaja y mi mente vaga hasta mi lobo solitario.