martes, 3 de septiembre de 2019

CAPITULO 52




Apenas he podido pegar ojo pensando en la cita de esta tarde con Wolf. Cada vez que pienso en ello el corazón se me desboca y creo que va a estallarme de un momento a otro, pero tengo que levantarme, aparcar eso por ahora y centrarme en lidiar con Pedro esta mañana en la oficina.


Cuando llego mi ayudante no está por ningún lado, pero tengo el pendrive con las tomas del anuncio sobre la mesa y el café está saliendo en la cafetera, por lo que no puede andar demasiado lejos. He ido a la pastelería de la esquina para comprar sus pastelitos preferidos, esos que son de bizcocho y crema pastelera cubiertos de azúcar glass. Tras dejar los dulces sobre la mesa de café me sirvo una taza y me quito el abrigo para empezar a trabajar. Aún no ha terminado de encenderse el ordenador cuando Pedro entra por la puerta y se para en seco cuando me ve sentada tras el escritorio.


—Buenos días —dice bastante seco.


—Buenos días, Pedro.


Se sirve una taza de café y se sienta junto a mí en el escritorio, pero no coge ningún pastel. 


Parece que la cosa está peor de lo que creía… 


Suspiro y abro los archivos para revisar las escenas que grabaron sin mí. Están muy bien, la verdad. Es como si yo misma hubiese estado allí para supervisarlas.


Pedro sabe lo que pienso en cada momento respecto al trabajo, es capaz de adelantarse a mis deseos y lograr una escena perfecta casi mejor que yo.


—Las escenas están muy bien, Pedro —digo sin apartar la mirada de la pantalla.


—Te dije que podía apañármelas sin ti.


Sus palabras me duelen, porque sé que no solo se está refiriendo al trabajo, sino también a su vida personal. Le miro de reojo y me percato de que me está mirando fijamente, como si esperase que en cualquier momento flaquease y volviese a sus brazos. Y es lo que quiero hacer ahora mismo. Me agarro con fuera al borde del escritorio para no sucumbir a la tentación y abro el editor de vídeo para empezar a montar el anuncio.


—¿Sigues pensando que debemos dejarlo? —susurra de repente en mi oído, consiguiendo que un escalofrío de placer recorra mi espina dorsal.


—Lo dejamos anoche, Pedro. No hay nada que pensar.


—No entiendo ese miedo irracional que sientes por las relaciones estables, Paula. Te juro que no.


—No le tengo miedo a las relaciones en general, sino a las relaciones con compañeros de trabajo.


—En ese caso renuncio —dice poniéndome su carta de dimisión delante de mis narices.


—¿Qué? ¡No puedes hacer eso!


—¡Por supuesto que puedo! Si esa es la única razón por la que no quieres salir conmigo renuncio ahora mismo.


—¿Te has vuelto loco, Pedro?


—Sí, Paula, me he vuelto loco por ti. No quiero pasar ni un solo instante más sin estar contigo y si para ello tengo que volver a mi antiguo trabajo no dudes que lo haré.


—Hay otra persona —digo al fin apartando la mirada.


—¿Cómo dices?


—Estoy conociendo a un chico y quiero saber si funcionará.


—Sabes que conmigo funciona. ¿Por qué arriesgarte?


—Contigo funcionaba el sexo, Pedro—miento—, pero no sé si funcionaría una relación con alguien como tú.


—¿Alguien como yo? ¿Y eso qué quiere decir?


—Eres más joven que yo, y algún día te arrepentirás de haberte fijado en una mujer mayor.


—¡Vamos, Paula, no me jodas! ¡Ni que fueras una anciana, joder! Solo soy cinco años menor que tú, no es para tanto.


—Eso dices ahora, pero cuando esté llena de arrugas y tenga la menopausia…


—¡Te querré igual que ahora, maldita sea!


Me quedo mirándole con los ojos como platos y me vuelvo para seguir trabajando. Necesito respirar hondo y calmar el deseo incontrolable de lanzarme a sus brazos para hacerle el amor, porque he tomado una decisión y no puedo cambiar de opinión solo porque me diga que me quiere.


—¿Esa es tu respuesta? —pregunta muy enfadado— ¿Volverme la espalda?


—No me hagas esto, Pedro, por favor…


—Muy bien, tú ganas. Quédate con ese tío, y cuando te des cuenta de que a quien quieres es a mí te estaré esperando aunque me regodee en decirte que te lo dije.


Dicho esto, sale del despacho dando un portazo. 


Intento distraerme terminando de montar el anuncio, y cuando Lu aparece por La puerta y miro el reloj me doy cuenta de que casi es la hora de salir. Ni siquiera he parado cinco minutos para comer, y mi estómago se resiente.


—¿Qué le ha pasado a Pedro? —pegunta.


—Hemos discutido.


—Le has dejado, ¿no?


—Lo hice anoche y no quiere aceptarlo.


—Lo superará, Paula. Ahora apaga ese ordenador que tienes que ir a tu cita de las ocho.


Estaba tan inmersa en el trabajo que ya ni me acordaba de mi cita con Wolf. Corro al cuarto de baño con la mochila que he traído esta mañana y saco el vestido que me compré en Italia. Es precioso, y con los tacones negros que me he puesto hoy queda la mar de elegante y sofisticado. Me suelto e pelo y tras cepillarlo a conciencia lo dejo caer sobre mis hombros, y me maquillo lo justo para no parecer un fantasma salido de la tumba. El ojo por fin ha dejado de estar hinchado y los moretones se han disimulado bastante con el corrector, no puedo pedir más. Cuando salgo del baño Lu me silba mirándome con asombro.


—¡Madre mía, Paula, estás espectacular!


—La alta costura italiana es lo que tiene —bromeo.


—El vestido es precioso. Ya me lo dejarás cuando cene este sábado con Eduardo… que es nuestro aniversario.


—Hecho.


Cojo del bolso el tarro de perfume y pongo unas gotitas detrás de mis orejas, en mis muñecas y en el ombligo, un truco que aprendí en mis años de facultad cuando era toda una rompecorazones, y tras darle un beso a Lu me dirijo hasta mi coche.




CAPITULO 51




Asiento y le veo marcharse con el corazón encogido por la culpa. Los ojos se me llenan de lágrimas y las aparto de mi cara con el brazo. Es inútil arrepentirse de lo que acabo de hacer, mi mente me dice que es lo correcto aunque se me haya roto un pedacito de corazón. Con un suspiro, me dejo caer en la cama y llamo a Lu para contarle lo que ha pasado.


—He roto con Pedro —digo nada más descolgar el teléfono.


—¿Cómo estás?


—Mal, mucho peor de lo que creía. Le he hecho daño, Lu, le he roto el corazón y no sé qué va a pasar a partir de ahora.


—No es culpa tuya haberte enamorado de otra persona, Paula. Céntrate ahora mismo en Wolf y en conocerle, Pedro ya es mayorcito para cuidarse solo.


—Se irá, Lu. No sé por qué tengo el presentimiento de que se marchará.


—¿Por qué te importa tanto que se marche? ¿No dices que no quieres nada con él?


—¡Pero somos amigos! Es mi amigo y le quiero.


—Si de verdad sois amigos no se irá a ninguna parte.


—Ojalá tengas razón. No creo que fuera capaz de soportarlo.


—Cualquiera diría que te has enamorado de él.


—No digas tonterías, no puedo enamorarme de dos hombres a la vez.


—¿Y eso quién lo dice? Nadie puede controlar los sentimientos, Paula.


—En cualquier caso ya he elegido.


—Pero no estás nada segura de tu decisión.


—¿Cómo estarlo si he elegido a alguien a quien no he visto en persona ni una sola vez? ¿Y si cuando le tenga delante no me gusta nada? ¿Y si me he equivocado dejando escapar a Pedro?


—Si es así te tomas un café con Wolf, le dices amablemente que lo sientes, pero que no es tu tipo y llamas a Pedro y le dices que te has equivocado y que quieres volver con él.


—Tal vez entonces sea demasiado tarde.


—Pues chica, te conviene que esa cita a ciegas se produzca lo antes posible, ¿verdad?


—Tienes razón. Voy a hablar con Wolf cuanto antes.


—Paula, si aún sigue insistiendo en que no es el momento de veros creo que deberías olvidarte de él y pensar en una relación de verdad con un hombre de verdad.


—¡Por esto no quería enamorarme!


Cuelgo el teléfono y me tumbo en el sofá para intentar hablar con Wolf. No está en línea, así que resoplo antes de lanzar el móvil sobre el cojín e ir a la cocina a prepararme la cena. 


¡Cuánto echo de menos las cenas con
Pedro! Cocina tan bien… y para qué voy a mentirme, me gusta pasar tiempo con él, incluso cuando no terminamos en la cama. Creo que Lu tiene razón… me he enamorado de dos hombres a la vez, y no sé cómo demonios voy a salir de este atolladero.


Estoy terminando de comerme mis insípidos macarrones con queso precocinados cuando suena la alarma de mi teléfono. Tengo un mensaje de Wolf al fin.


Lobosolitario: Buenas noches, Bunny. ¿Qué tal te encuentras?


Conejitasexy: Por fin apareces… ¿Dónde has estado metido?


Lobosolitario: He estado haciendo unos recados, nena. ¿A qué viene tanta urgencia?


Conejitasexy: Acabo de dejar a mi ayudante. Le he dicho que lo nuestro se tiene que acabar y no se lo ha tomado demasiado mal, aunque sé que le he hecho daño.


Lobosolitario: Es lo que querías, ¿no? Dejarle para empezar algo nuevo conmigo.


Conejitasexy: La verdad es que ahora mismo no lo sé. Creo que he cometido un error al dejarle, y sé que me voy a terminar arrepintiendo.


Lobosolitario: ¿Es que no quieres estar conmigo?


Conejitasexy: Querría si te conociese en persona de una vez por todas. La verdad es que tanto secretismo me tiene muy mosqueada.


Lobosolitario: No te he mentido en nada, nena. No tienes que preocuparte.


Conejitasexy: Nadie me dice que me estés diciendo la verdad.


Lobosolitario: ¿No confías en mí?


Conejitasexy: No me das motivos para hacerlo.


Lobosolitario: Pero aun así has dejado a tu ayudante para estar conmigo, ¿no es cierto?


Conejitasexy: Le he dejado porque no soy tan ruin de jugar a dos bandas.


Lobosolitario: Pero tenías la opción de dejar de hablar conmigo y no la has elegido.


Conejitasexy: Y te aseguro que no tengo ni idea de por qué.


Lobosolitario: La solución es tan fácil como borrarte de la aplicación y llamar a tu ayudante para decirle que te has equivocado.


Conejitasexy: La solución es que nos conozcamos en persona de una puñetera vez.


Lobosolitario: Pronto, Bunny. Muy pronto nos conoceremos.


Conejitasexy: Para el carro, Wolf, se acabó el muy pronto. Mañana es un gran día para conocernos. Creo que el mejor.


Lobosolitario: ¿Y por qué mañana?


Conejitasexy: Porque soy yo quien lo está dando todo y tú a mí no me has dado apenas nada, por eso.


Lobosolitario: Te he dicho mi nombre.


Conejitasexy: Que puede ser falso, Wolf. Tú decides, o nos vemos mañana o cierro mi perfil en la página y vuelvo con Pedro.


Lobosolitario: ¿Te quedarías con el segundo plato?


Conejitasexy: Si nos ponemos así, el segundo plato eres tú, porque ya me he acostado con él.


Pasan unos cinco minutos antes de que Wolf vuelva a escribir. Si llega a tardar un poco más habría cerrado el perfil sin pensármelo dos veces, porque ya estoy cansada de todo este juego infantil.


Lobosolitario: Tú ganas, Bunny. Dime dónde nos vemos.


Conejitasexy: En el Joe’s, en la esquina de Waverly Place y Gay Street. ¿Sabes dónde es?


Lobosolitario: Muy bien, en el Joe’s mañana a las cinco. Ponte ese vestido tan sexy que te compraste en Italia para mí.


Conejitasexy: ¿Y cómo te reconoceré?


Lobosolitario: Lo harás, Bunny. Solo tendrás que escuchar a tu corazón.


Conejitasexy: No es justo… tú sí sabes cómo soy yo.


Lobosolitario: ¿Y qué más da? ¿Es que piensas salir a correr si no soy lo que esperabas?


Conejitasexy: ¡Claro que no! ¿Por quién me tomas?


Lobosolitario: Lo suponía. Mañana en el Joe’s, Bunny. No me dejes plantado.


Conejitasexy: ¿Estás loco? Ahora que por fin voy a conocerte no pienso llegar tarde.


Lobosolitario: Buena chica. Y ahora te dejo, tengo cosas que hacer antes de mañana.


Conejitasexy: Buenas noches, Wolf.


Lobosolitario: Buenas noches, Bunny.



CAPITULO 50




Estoy nerviosa… como un puñetero flan. 


Debería haberme pasado el día descansando, pero en vez de eso he desaprovechado mi tiempo mirando pasar las horas en el reloj. Hace una hora que Pedro ha debido llegar al aeropuerto si el vuelo no ha sufrido retrasos, y sé que en cuanto descanse un poco va a aparecer en mi casa dispuesto a cuidarme, o echarme un polvo… pero vendrá. Aún no sé cómo voy a decirle que lo nuestro, fuera lo que fuese, se ha terminado. Por una parte tengo miedo de estar equivocándome con él, pero por otro lado estoy deseando conocer de una vez por todas a Wolf y sé que si no rompo con Pedro no llegará nunca ese día.


Bajo al supermercado para distraerme y hago la compra de la semana para no tener que correr por las noches cuando vuelva al trabajo. La gente se me queda mirando debido al aspecto de mi cara, y aunque no me extraña nada me hace sentir muy incómoda que piensen que soy una pobre mujer maltratada. Salgo en cuanto puedo del súper y me voy a casa tan deprisa como me dan mis piernas, pero las bolsas me impiden ver bien el camino y termino dándome de bruces con un pecho musculoso.


—No sabía que tenías tantas ganas de volver a verme —bromea Pedro quitándome las bolsas de las manos.


El estómago me da un vuelco y mi corazón comienza a latir a toda prisa, pero sonrío e intento disimular cuánto me afecta verle aquí, tan guapo con su cazadora de cuero negra y sus gafas de sol.


—No seas tonto… Ni siquiera podía verte —me disculpo.


—¿Y por qué demonios no has pedido que te lleven la compra a casa?


—Porque me apetecía respirar aire fresco y puedo hacerlo yo misma.


—Anda, vamos arriba.


Le sigo en silencio, y abro la puerta para dejarle entrar y poner la compra sobre la encimera de la cocina. Pedro intenta atraparme para besarme, pero me zafo de su agarre y me pongo a colocar la compra como si nada.


—¿Qué tal ha salido el anuncio? —pregunto.


—¿No podemos dejar el anuncio para mañana?


Pedro


—Bien, todo ha salido bien. Las escenas están grabadas y solo hay que montarlas. Nos ocuparemos de ello mañana.


—¿Las escenas de Bella han quedado bien?


—Mejor de lo que esperábamos. Al final se animó a hacer ella misma el brindis del final, y la verdad es que lo hizo realmente bien.


—Me alegro de que lograse soltarse.


—Me pidió que te dijera que el mes que viene estará en Nueva York. Te llamará en cuanto aterrice para quedar contigo.


—Estoy deseando verla de nuevo.


—¿Y no estabas deseando verme a mí también? —ronronea Pedro acercándose a mi espalda.


Vuelvo a escurrirme de entre sus brazos aunque me muero de ganas de que me envuelva en ellos. Termino de colocar la compra y me siento en el sofá con el mando de la televisión para ver lo que están echando. Pedro se queda apoyado en el mueble de la cocina con los brazos cruzados sin apartar la vista de mí. Me está poniendo nerviosa, pero simulo no darme cuenta de su escrutinio.


—¿Vas a decirme de una vez qué te pasa? —pregunta.


—¿A mí?


—Sí, a ti. Llevabas unos días muy rara en Italia y ahora no quieres ni que me acerque. ¿Qué te pasa?


Inspiro con fuerza y me acerco a él para romper de una vez por todas.


Es inútil seguir alargándolo cuando acaba de darme el momento perfecto servido en bandeja.


—No creo que debamos seguir con esto, Pedro —digo al fin.


—¿Cómo dices?


—Ha sido estupendo, de veras, pero las cosas se están complicando y no quiero que terminemos sin hablarnos por culpa de esto.


—Nada se está complicando, nena. Todo sigue como siempre.


—Nada sigue como siempre y lo sabes. Has empezado a comportarte de manera diferente, me tratas como si fuera tu novia y lo nuestro solo es un rollo ocasional.


—¿Y qué tiene de malo que lo convirtamos en algo más serio? Ambos somos adultos y estamos libres, Paula.


—El problema es que tal vez tú quieras convertirlo en algo serio, pero yo no.


—Entiendo.


—Tal vez tus sentimientos hacia mí han cambiado, Pedro, pero te aseguro que los míos hacia ti no lo han hecho. Te tengo mucho cariño, eres mi amigo y me preocupo por ti, pero no hay nada más entre nosotros.


—¿Estás segura?


—Lo estoy.


—Muy bien —dice cogiendo su chaqueta—, en ese caso nos vemos mañana en la oficina.


—No quiero que te enfades, Pedro. Lo hablamos cuando empezamos todo esto, no puedes enfadarte.


—No me enfado, Paula, pero no puedes culparme por sentirme dolido y querer estar solo un momento.