martes, 3 de septiembre de 2019

CAPITULO 50




Estoy nerviosa… como un puñetero flan. 


Debería haberme pasado el día descansando, pero en vez de eso he desaprovechado mi tiempo mirando pasar las horas en el reloj. Hace una hora que Pedro ha debido llegar al aeropuerto si el vuelo no ha sufrido retrasos, y sé que en cuanto descanse un poco va a aparecer en mi casa dispuesto a cuidarme, o echarme un polvo… pero vendrá. Aún no sé cómo voy a decirle que lo nuestro, fuera lo que fuese, se ha terminado. Por una parte tengo miedo de estar equivocándome con él, pero por otro lado estoy deseando conocer de una vez por todas a Wolf y sé que si no rompo con Pedro no llegará nunca ese día.


Bajo al supermercado para distraerme y hago la compra de la semana para no tener que correr por las noches cuando vuelva al trabajo. La gente se me queda mirando debido al aspecto de mi cara, y aunque no me extraña nada me hace sentir muy incómoda que piensen que soy una pobre mujer maltratada. Salgo en cuanto puedo del súper y me voy a casa tan deprisa como me dan mis piernas, pero las bolsas me impiden ver bien el camino y termino dándome de bruces con un pecho musculoso.


—No sabía que tenías tantas ganas de volver a verme —bromea Pedro quitándome las bolsas de las manos.


El estómago me da un vuelco y mi corazón comienza a latir a toda prisa, pero sonrío e intento disimular cuánto me afecta verle aquí, tan guapo con su cazadora de cuero negra y sus gafas de sol.


—No seas tonto… Ni siquiera podía verte —me disculpo.


—¿Y por qué demonios no has pedido que te lleven la compra a casa?


—Porque me apetecía respirar aire fresco y puedo hacerlo yo misma.


—Anda, vamos arriba.


Le sigo en silencio, y abro la puerta para dejarle entrar y poner la compra sobre la encimera de la cocina. Pedro intenta atraparme para besarme, pero me zafo de su agarre y me pongo a colocar la compra como si nada.


—¿Qué tal ha salido el anuncio? —pregunto.


—¿No podemos dejar el anuncio para mañana?


Pedro


—Bien, todo ha salido bien. Las escenas están grabadas y solo hay que montarlas. Nos ocuparemos de ello mañana.


—¿Las escenas de Bella han quedado bien?


—Mejor de lo que esperábamos. Al final se animó a hacer ella misma el brindis del final, y la verdad es que lo hizo realmente bien.


—Me alegro de que lograse soltarse.


—Me pidió que te dijera que el mes que viene estará en Nueva York. Te llamará en cuanto aterrice para quedar contigo.


—Estoy deseando verla de nuevo.


—¿Y no estabas deseando verme a mí también? —ronronea Pedro acercándose a mi espalda.


Vuelvo a escurrirme de entre sus brazos aunque me muero de ganas de que me envuelva en ellos. Termino de colocar la compra y me siento en el sofá con el mando de la televisión para ver lo que están echando. Pedro se queda apoyado en el mueble de la cocina con los brazos cruzados sin apartar la vista de mí. Me está poniendo nerviosa, pero simulo no darme cuenta de su escrutinio.


—¿Vas a decirme de una vez qué te pasa? —pregunta.


—¿A mí?


—Sí, a ti. Llevabas unos días muy rara en Italia y ahora no quieres ni que me acerque. ¿Qué te pasa?


Inspiro con fuerza y me acerco a él para romper de una vez por todas.


Es inútil seguir alargándolo cuando acaba de darme el momento perfecto servido en bandeja.


—No creo que debamos seguir con esto, Pedro —digo al fin.


—¿Cómo dices?


—Ha sido estupendo, de veras, pero las cosas se están complicando y no quiero que terminemos sin hablarnos por culpa de esto.


—Nada se está complicando, nena. Todo sigue como siempre.


—Nada sigue como siempre y lo sabes. Has empezado a comportarte de manera diferente, me tratas como si fuera tu novia y lo nuestro solo es un rollo ocasional.


—¿Y qué tiene de malo que lo convirtamos en algo más serio? Ambos somos adultos y estamos libres, Paula.


—El problema es que tal vez tú quieras convertirlo en algo serio, pero yo no.


—Entiendo.


—Tal vez tus sentimientos hacia mí han cambiado, Pedro, pero te aseguro que los míos hacia ti no lo han hecho. Te tengo mucho cariño, eres mi amigo y me preocupo por ti, pero no hay nada más entre nosotros.


—¿Estás segura?


—Lo estoy.


—Muy bien —dice cogiendo su chaqueta—, en ese caso nos vemos mañana en la oficina.


—No quiero que te enfades, Pedro. Lo hablamos cuando empezamos todo esto, no puedes enfadarte.


—No me enfado, Paula, pero no puedes culparme por sentirme dolido y querer estar solo un momento.



No hay comentarios:

Publicar un comentario