miércoles, 21 de agosto de 2019

CAPITULO 11




Acompaño a la parejita a la sala de fotografía. Joel, nuestro modelo masculino, ya está preparado ataviado con un traje de etiqueta que le sienta maravillosamente bien. Le doy a Leila su vestido y la acompaño a los vestuarios para que pueda cambiarse, y diez minutos después aparece perfectamente vestida y maquillada. He de reconocer que es una muchacha preciosa y parece una princesa, pero no debe tener más de veinte o veintidós años.


—Lista —dice sonriendo—. ¿Qué tengo que hacer?


Tras estudiar juntas el guión unos minutos, comenzamos a rodar.


Leila es una mujer increíble, debo reconocerlo, y ha hecho un trabajo excelente. Cuando aparece de nuevo en el despacho de la mano de Pedro tras el rodaje, me levanto sonriente y le tiendo el cheque por su trabajo, en el que he añadido algunos ceros.


—Aquí tienes los honorarios por tu trabajo —explico—. Me gustaría que pensaras en formar parte de mi elenco de modelos para los anuncios, me ha gustado mucho tu forma de actuar.


—Es una gran oportunidad para mí, pero debes saber que aún estoy en la universidad y no siempre puedo estar disponible —contesta ella.


—No te preocupes por la disponibilidad, la gran mayoría de nuestros actores son estudiantes que buscan dinero extra para pagar la universidad, no habrá ningún problema con eso.


—Entonces estaré encantada de hacerlo.


—Perfecto entonces. Mañana mismo te enviaremos el contrato.


Observo cómo Pedro y ella se dan un afectuoso abrazo en la puerta antes de que ella se marche. Pedro se repantiga entonces en una de las sillas frente a mi escritorio y coloca las manos en su nuca con una sonrisa triunfal.


—¿Qué? —pregunto con una sonrisa.


—Reconócelo… Ya te caigo bien.


—¿Otra vez con eso?


—Te he salvado el culo, admítelo.


—¡Por supuesto que lo admito! Pero no sé qué tiene eso que ver con si me caes bien o no.


—Ad-mí-te-lo… —Su comportamiento infantil me arranca una carcajada.


—¡Está bien, está bien, lo admito! Me caes muy bien. ¿Contento?


—No sabes cuánto.


Su tono de voz se ha vuelto de repente tan serio como su gesto, quizás demasiado. Fija su ardiente mirada en mí lo que me parecen horas, aunque tal vez haya sido solamente un segundo, y sin decir palabra se levanta y vuelve a su oficina. ¿Qué demonios ha sido eso?


A las doce en punto subo al despacho de Christian, intrigada por su citación. Tal vez quiera preguntarme sobre el trabajo de su sobrino... Le encuentro dando vueltas como un león enjaulado, cosa que me sorprende porque es el hombre más tranquillo que he conocido en mi vida.


—¿Cómo fue la reunión? —pregunto cerrando la puerta.


—Bien, o al menos todo lo bien que cabía esperar. Siéntate, Paula, tenemos que hablar.


—Tú dirás —digo obedeciendo.


—Mi hijo está causando problemas, me temo. Como ya sabes quiere que dirijas su anuncio y no está nada contento con que le des largas.


—Tú me dijiste que lo hiciera —protesto.


—Lo sé, Paula, no te estoy sermoneando, pero tenemos que cambiar de táctica. Como ya sabes mi hijo está prometido con la hija de Máximo Cavalcanti, dueño de las bodegas que llevan su apellido y nuestro mejor cliente, y su suegro le ha nombrado director general de las oficinas aquí en Estados Unidos.


—¿A tu hijo? ¿En serio? —pregunto con la boca abierta.


—Totalmente en serio. Ese hombre no sabe que mi hijo se va a dedicar a derrochar toda su fortuna en dos días, o no quiere saberlo. El caso es que al ser Mauro quien toma las decisiones ha amenazado con rescindir el contrato que tiene con nosotros si no le atendemos de inmediato. Y es un contrato millonario, Paula.


—Entiendo.


—Llámale y concreta una cita para esta tarde, por favor. Y dale máxima prioridad a su proyecto porque nos arriesgamos a la bancarrota.


—Tranquilo, Christian, si hay alguien en esta empresa que pueda manejar a tu hijo soy yo.


—Gracias, Paula. Sé que harás un trabajo excelente, como siempre.




CAPITULO 10





Una hora más tarde me dan ganas de haberme mordido la lengua cuando dije que íbamos a tener la mañana tranquila. Ya tenemos trabajo para toda una semana y la modelo del anuncio del cava me ha fallado. Estoy desesperada, he llamado a todas las modelos que tengo en la agenda y ninguna puede hacerme un hueco hoy. ¿Cómo voy a terminar el anuncio a tiempo para mañana si no tengo quien lo haga?


—¡Maldita sea! —grito frustrada colgando el teléfono con más fuerza de la que debería.


—¿Ocurre algo? —pregunta Pedro.


—Por casualidad no tendrás alguna amiga que sea modelo y esté libre hoy, ¿verdad? La modelo de hoy me ha fallado y ninguna de las que tengo en nómina está disponible.


—¿Qué necesitas exactamente?


—Una chica preciosa que se vista de fiesta y actúe bien.


Le cuento con todo lujo de detalles mis planes para el anuncio, a lo que él solo asiente en silencio. Tras lo que a mí me parecen horas saca el móvil del bolsillo de sus vaqueros y marca un número que le responde al instante.


—¿Leila? —dice Pedro con una voz azucarada que no le había oído nunca— Hola, preciosa… Sí, lo siento, he tenido mucho trabajo. Oye, ¿me puedes hacer un favor? Necesito una modelo para un anuncio hoy mismo… Ya sé que es muy repentino, pero… Sí —contesta sonriendo—, te compensaré. ¿En una hora puedes estar aquí? Eres increíble… Nos vemos entonces… Yo también te quiero.


Pedro cuelga el teléfono con aire triunfal y se sienta en mi mesa para mirarme.


—Problema solucionado, jefa. En una hora tendrás a una mujer preciosa que sabe actuar a la perfección.


—Gracias, Pedro, vuelves a salvarme la vida.


—No te acostumbres, ¿eh?


Le doy un codazo y sigo con lo que estaba haciendo. Una hora después aparece en la puerta del despacho una muchacha alta, con una melena color miel que cae con gracia sobre sus hombros, ojos de color verde cristalino y un cuerpo de infarto. Sonríe con timidez antes de acercarse a mi mesa.


—Buenos días. ¿Sabe dónde puedo encontrar a Pedro Alfonso?


—Buenos días, está en el despacho de al lado.


Aún no han terminado de salir las palabras de mi boca cuando el aludido entra en mi despacho, levanta a la muchacha entre sus brazos y le da un sonoro beso en los labios.


—Hola, preciosa —susurra—, cada día estás más guapa.


—Y tú cada día pasas más de mí —protesta ella.


—Sabes que eso no es cierto, eres mi mujer favorita.


—Mentiroso…


—Déjame presentarte a Paula, mi jefa. Ella es Leila.


—Encantada —contesta ella apretándome la mano.


—Lo mismo digo. Gracias por salvar la situación, Leila.


—Aunque no se lo merezca, siempre que puedo ayudo a este degenerado.




CAPITULO 9




Al día siguiente me pongo en camino antes de lo acostumbrado para llegar al trabajo con tiempo de sobra. Pedro me ha mandado un whatsapp para decirme que me invita al café, así que voy a comprar yo algún dulce para acompañarlo. He elegido ponerme un vestido rojo sin mangas que me llega justo por debajo de la rodilla acompañado de mi blazer blanco, e incluso me he animado a maquillarme un poco porque he dormido como un lirón y estoy bastante descansada.


No sé qué pasa hoy pero las calles están más atestadas de gente de lo normal y me cuesta la misma vida llegar a la boca del metro, ya no digamos subirme en él. Hoy es uno de esos días en los que vamos como sardinas en lata y me pego contra la pared para evitar roces indeseados. Llego a la oficina diez minutos antes de la hora y me paro a hablar con Luisa, que hoy está muy risueña.


—Buenos días, Lu —digo poniendo un donuts cubierto de chocolate frente a ella.


—¡Ay! ¡Si es que te tengo que querer! —contesta dándole un mordisco— Cómo sabes engatusarme…


—¿Qué te pasa hoy que estás tan contenta?


—He tenido una cita.


—¿Una cita? No me habías dicho que estabas conociendo a alguien.


—No estaba conociendo a nadie… hasta ayer.


—¿Y dónde le conociste?


—En una página de citas. Llevamos hablando unos días y ayer me animé a tomarme un café con él.


—¿En serio, Lu? ¿Una página de citas? A ti no te hace falta recurrir a esos sitios para encontrar pareja.


—No tengo tiempo de ir a un bar a ligar y lo sabes, Paula.


—Además, no sabes a qué loco puedes encontrarte en esos sitios. Es peligroso, Lu.


—Es una página seria, te lo prometo. Al empezar te hacen un análisis sicológico para determinar qué tipo de persona es más afín contigo.


—La gente miente.


—¿Por qué eres tan desconfiada? Hay que pagar, así que creo que los hombres no lo harán para mentir.


—Sigo sin fiarme, pero si tú te fías… ¿y qué tal te fue?


—Eduardo es un chico amable, cariñoso, divertido… la verdad es que me lo pasé en grande. El café dio paso a la cena y más tarde nos fuimos a bailar, y al dejarme en casa se comportó como un caballero.


—Me alegro de que te fuese tan bien, pero de todas formas ten cuidado. Me voy, que me espera el café de Pedro.


—¿El café de Pedro? —pregunta con una sonrisa.


—Ha puesto una cafetera en la oficina y me ha invitado a tomarme un café esta mañana. No podía resistirme…


—¿A su café o a su culo?


—A su café, mal pensada. Su culo también es excelente, pero no estoy interesada.


—Parece que te llevas bien con él después de todo.


—La verdad es que sí —contesto sorprendida al darme cuenta de que tiene razón—. Es muy bueno en su trabajo y no siento que diga las cosas con malicia. Estoy a gusto trabajando con él.


—Quizás…


—Ni se te ocurra pensarlo —la interrumpo alzando el dedo índice—. Que nos llevemos bien no significa que vaya a llevármelo a la cama.


—Pues no entiendo por qué.


—Porque trabajamos juntos, para empezar. Porque es menor que yo, porque…


—¡Vamos, Paula! Solo tiene cinco años menos que tú, no es para tanto.


—De todas formas no voy a acostarme con mi empleado.


Dicho esto, me encamino hacia el ascensor. Al entrar en el despacho el aroma a café recién hecho me hace sonreír.


—Buenos días, Pedro —saludo dejando mis cosas sobre la mesa.


—Buenos días, jefa.


Al levantar la cabeza veo a mi ayudante apoyado en el quicio de la puerta con dos tazas de café humeante y una enorme sonrisa. Me acerco sonriendo también, cojo la taza que me ofrece y doy un sorbo que me hace cerrar los ojos con un suspiro.


—Mmm... Sabe a gloria —digo—. Como tú has puesto el café, he pensado que yo podía poner unos dulces —contesto abriendo la caja de
donuts.


—No tenías que molestarte, jefa —dice cogiendo uno de azúcar glass.


—La próxima vez que se acabe el café dímelo y lo compro yo. Ya que voy a aprovecharme de tu cafetera creo que es lo mínimo que puedo hacer.


—Ni hablar, tengo que comprarlo de todas maneras y mientras tú solo te tomas un par de tazas al día yo tomo unas cuantas más. No se hable más del tema.


—Al menos deja que pague la leche... Que tú lo tomas solo.


Su ceja alzada me disuade de decir una palabra más, y me doy la vuelta y me siento en mi silla para encender el ordenador.


—¿Ha llamado alguien? —pregunto.


—Christian ha llamado. Quiere que subas a su despacho cuando acabe su reunión de las doce. Aparte de eso... nada más.


—Estupendo, tenemos el día relajado.




CAPITULO 8





Me abre la puerta del copiloto para que pueda entrar, y cuando se sube a su lugar arranca el motor con una sonrisa.


—Compré este coche para que mi adorable exmujer no se quedase con todos mis ahorros cuando me divorcié. No tengo un céntimo, pero tengo un coche con el que puedo ligar sin problemas.


—Eso es si lo que te interesa de un hombre es su coche.


—A todas les gusta un hombre que tenga dinero, y este coche las hace creer que lo tengo.


—Es muy triste pensar eso, ¿sabes? No a todas las mujeres nos interesa el dinero.


—¿Qué te interesa a ti, Paula?


—Yo estoy demasiado ocupada ahora mismo como para pensar en relaciones.


—¿Y te compensa trabajar tanto?


—Creo que sí. Me gusta mi trabajo y me satisface haber llegado donde lo he hecho.


—Quizás sea un triste consuelo cuando te des cuenta de que has perdido tu vida en cosas que no merecen la pena.


El resto del camino lo hacemos en un cómodo silencio, roto únicamente por la música que suena en la radio. Pedro detiene el coche frente
a la puerta de mi casa y tras una leve despedida continúa su camino. Me quedo parada en la acera viendo las luces de su coche desaparecer a lo lejos y pienso en las palabras de Pedro. Aún soy muy joven, pero ¿qué pasará cuando tenga sesenta años y me dé cuenta de que lo único que he hecho en la vida ha sido trabajar? Con un suspiro, subo a casa con una nueva idea en la cabeza: voy a empezar a socializar más con el sexo opuesto.




CAPITULO 7




Tras ponerme las gafas me siento y enciendo el ordenador, pero hoy el universo debe estar conspirando contra mí, porque no quiere arrancar.


¡Maldita sea! Apoyo la cabeza sobre la mesa gimiendo con frustración. ¿Es que hoy todo me va a salir mal? De repente escucho el sonido de una cafetera que me hace levantarme hipnotizada por el aroma a café recién hecho que me llega desde el despacho de Pedro. Me acerco lentamente con los ojos cerrados disfrutando del aroma y me doy de bruces contra el pecho de mi ayudante.


Por suerte él tiene mejores reflejos que yo y me sostiene por los brazos antes de que termine cayéndome de culo.


—Te tengo —susurra con una sonrisa que hace que me dé un vuelco el estómago.


—Lo siento, Pedro. ¿Eso que huelo es café? —Él se echa a reír.


—Sí, jefa, es café. He supuesto que no has podido desayunar, así que… ¿Cómo lo tomas?


—Corto, con leche y dos azucarillos.


—¡Marchando!


Le veo dirigirse a la mesa junto a la ventana en la que mi anterior ayudante tenía una pecera llena de pececitos de colores y ahora hay una cafetera con un par de tazas de porcelana blanca. Al instante Pedro me pone en la mano una taza llena de humeante y delicioso café que no tardo en probar, y al primer sorbo mi cuerpo se relaja y soy incapaz de reprimir un gemido.


Pedro… ahora mismo eres mi héroe —suspiro abrazando la taza con los ojos cerrados.


—No me gusta el café que sirven en las cafeterías, es demasiado flojo para mí.


—Pues no sabes lo que agradezco ahora mismo que sea así. Me has salvado la vida.


—Reconoce que empiezo a caerte bien —bromea—. En un par de semanas no querrás librarte de mí.


—Yo no quiero librarme de ti, Pedro. ¿De dónde te has sacado eso?


—No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que no estabas contenta con la decisión de mi tío.


—Por si te sirve de algo no es nada personal —susurro avergonzada —, es solo que trabajo mejor con mujeres.


—¿Alguna mala experiencia?


—Alguna hay, sí.


—Pues te aseguro que conmigo puedes estar tranquila, Paula. Estoy aquí única y exclusivamente para trabajar.


—En ese caso, si tu trabajo es tan bueno como tu café estás contratado de por vida.


Él se ríe a carcajadas y vuelvo a mi oficina con una sonrisa. El resto del día se pasa volando, trabajar con Pedro es realmente muy sencillo y se está adaptando muy deprisa. Es toda una novedad para mí trabajar con un hombre que bromea sin una pizca de malicia en sus palabras, y poco apoco el ambiente entre nosotros se ha relajado por completo. En la reunión de Industrias Hollister Nick ha logrado sorprenderme muy gratamente cuando John Stuart, director general de la empresa, ha intentado menospreciarme por el simple hecho de ser mujer.


—Señorita Chaves —empezó a decir John Hollister—, creo que deberíamos dejar hablar al señor Carter. Un hombre sabrá ocuparse mejor de este caso, dado que se trata de una nueva marca de coches.


—¿Insinúa que por ser una mujer no puedo tener conocimientos de mecánica?


—No he dicho eso, pero…


—Mi hermano trabaja en la sede de Ferrari en Los Angeles, señor Hollister. Le aseguro que soy completamente capaz de cambiar un carburador o poner a punto un motor.


—Señorita Chaves…


—La señorita Chaves es la mejor publicista del país, señor Hollister — interrumpe Pedro sin inmutarse—, yo apenas soy un simple aprendiz.
Supongo que querrá dejar el anuncio en las mejores manos, ¿no es así?


La conversación ha quedado zanjada, aunque es evidente que Pedro ha tenido que controlarse para no darle un puñetazo a ese machista de mierda.


Cuando salimos de la reunión le aprieto el hombro para intentar tranquilizarle.


—Es un gilipollas —protesta.


—Pues acostúmbrate a tratar con gilipollas a menudo, porque este no va a ser el último.


—Me parece increíble que en pleno siglo veintiuno todavía haya quien considere a la mujer inferior cuando se ha demostrado que no es así.


—¿Quieres un consejo? Procura no tomártelo todo como algo personal, o te aseguro que terminarás con demasiados dolores de cabeza.


—Lo siento, jefa, pero me va a costar mucho no hacerlo.


—Aprende de mí. Para algo me llaman la mujer de hielo…


—Tú serás cualquier cosa, Paula, pero estoy seguro que no eres una mujer de hielo, sino todo lo contrario.


Ni siquiera me ha mirado, así que no sé en qué sentido lo dice, y la verdad es que prefiero pensar que no tiene nada que ver con la sexualidad. El resto de la tarde pasa tranquila, así que puedo centrarme en enseñarle cómo funciona todo para que mañana pueda desenvolverse por sí mismo. Al terminar la jornada se ofrece a llevarme a casa en su coche, y aunque al principio iba a declinar su oferta estoy hecha polvo, así que le sigo hasta el garaje, donde se acerca a un deportivo azul oscuro.


—¿En serio? —pregunto arqueando una ceja.


—¿En serio qué?


—Voy a empezar a pensar que eres un niño mimado de papá, Pedro — bromeo señalando el vehículo.


—Nada más lejos de la realidad, te lo aseguro.