miércoles, 21 de agosto de 2019
CAPITULO 7
Tras ponerme las gafas me siento y enciendo el ordenador, pero hoy el universo debe estar conspirando contra mí, porque no quiere arrancar.
¡Maldita sea! Apoyo la cabeza sobre la mesa gimiendo con frustración. ¿Es que hoy todo me va a salir mal? De repente escucho el sonido de una cafetera que me hace levantarme hipnotizada por el aroma a café recién hecho que me llega desde el despacho de Pedro. Me acerco lentamente con los ojos cerrados disfrutando del aroma y me doy de bruces contra el pecho de mi ayudante.
Por suerte él tiene mejores reflejos que yo y me sostiene por los brazos antes de que termine cayéndome de culo.
—Te tengo —susurra con una sonrisa que hace que me dé un vuelco el estómago.
—Lo siento, Pedro. ¿Eso que huelo es café? —Él se echa a reír.
—Sí, jefa, es café. He supuesto que no has podido desayunar, así que… ¿Cómo lo tomas?
—Corto, con leche y dos azucarillos.
—¡Marchando!
Le veo dirigirse a la mesa junto a la ventana en la que mi anterior ayudante tenía una pecera llena de pececitos de colores y ahora hay una cafetera con un par de tazas de porcelana blanca. Al instante Pedro me pone en la mano una taza llena de humeante y delicioso café que no tardo en probar, y al primer sorbo mi cuerpo se relaja y soy incapaz de reprimir un gemido.
—Pedro… ahora mismo eres mi héroe —suspiro abrazando la taza con los ojos cerrados.
—No me gusta el café que sirven en las cafeterías, es demasiado flojo para mí.
—Pues no sabes lo que agradezco ahora mismo que sea así. Me has salvado la vida.
—Reconoce que empiezo a caerte bien —bromea—. En un par de semanas no querrás librarte de mí.
—Yo no quiero librarme de ti, Pedro. ¿De dónde te has sacado eso?
—No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que no estabas contenta con la decisión de mi tío.
—Por si te sirve de algo no es nada personal —susurro avergonzada —, es solo que trabajo mejor con mujeres.
—¿Alguna mala experiencia?
—Alguna hay, sí.
—Pues te aseguro que conmigo puedes estar tranquila, Paula. Estoy aquí única y exclusivamente para trabajar.
—En ese caso, si tu trabajo es tan bueno como tu café estás contratado de por vida.
Él se ríe a carcajadas y vuelvo a mi oficina con una sonrisa. El resto del día se pasa volando, trabajar con Pedro es realmente muy sencillo y se está adaptando muy deprisa. Es toda una novedad para mí trabajar con un hombre que bromea sin una pizca de malicia en sus palabras, y poco apoco el ambiente entre nosotros se ha relajado por completo. En la reunión de Industrias Hollister Nick ha logrado sorprenderme muy gratamente cuando John Stuart, director general de la empresa, ha intentado menospreciarme por el simple hecho de ser mujer.
—Señorita Chaves —empezó a decir John Hollister—, creo que deberíamos dejar hablar al señor Carter. Un hombre sabrá ocuparse mejor de este caso, dado que se trata de una nueva marca de coches.
—¿Insinúa que por ser una mujer no puedo tener conocimientos de mecánica?
—No he dicho eso, pero…
—Mi hermano trabaja en la sede de Ferrari en Los Angeles, señor Hollister. Le aseguro que soy completamente capaz de cambiar un carburador o poner a punto un motor.
—Señorita Chaves…
—La señorita Chaves es la mejor publicista del país, señor Hollister — interrumpe Pedro sin inmutarse—, yo apenas soy un simple aprendiz.
Supongo que querrá dejar el anuncio en las mejores manos, ¿no es así?
La conversación ha quedado zanjada, aunque es evidente que Pedro ha tenido que controlarse para no darle un puñetazo a ese machista de mierda.
Cuando salimos de la reunión le aprieto el hombro para intentar tranquilizarle.
—Es un gilipollas —protesta.
—Pues acostúmbrate a tratar con gilipollas a menudo, porque este no va a ser el último.
—Me parece increíble que en pleno siglo veintiuno todavía haya quien considere a la mujer inferior cuando se ha demostrado que no es así.
—¿Quieres un consejo? Procura no tomártelo todo como algo personal, o te aseguro que terminarás con demasiados dolores de cabeza.
—Lo siento, jefa, pero me va a costar mucho no hacerlo.
—Aprende de mí. Para algo me llaman la mujer de hielo…
—Tú serás cualquier cosa, Paula, pero estoy seguro que no eres una mujer de hielo, sino todo lo contrario.
Ni siquiera me ha mirado, así que no sé en qué sentido lo dice, y la verdad es que prefiero pensar que no tiene nada que ver con la sexualidad. El resto de la tarde pasa tranquila, así que puedo centrarme en enseñarle cómo funciona todo para que mañana pueda desenvolverse por sí mismo. Al terminar la jornada se ofrece a llevarme a casa en su coche, y aunque al principio iba a declinar su oferta estoy hecha polvo, así que le sigo hasta el garaje, donde se acerca a un deportivo azul oscuro.
—¿En serio? —pregunto arqueando una ceja.
—¿En serio qué?
—Voy a empezar a pensar que eres un niño mimado de papá, Pedro — bromeo señalando el vehículo.
—Nada más lejos de la realidad, te lo aseguro.
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