martes, 20 de agosto de 2019
CAPITULO 6
Un fuerte golpe en la pared me despierta sobresaltada. Me siento en la cama para agudizar el oído. Tranquila, Paula, solo es la vecina que lleva los niños al colegio. Me dejo caer de nuevo en la cama con una sonrisa.
¿Vecina? ¿Colegio? ¡Mierda, me he quedado dormida!
Salto de la cama y me pongo a toda prisa lo primero que cojo del armario, me hago una coleta sin peinarme siquiera y echo a correr escaleras abajo. ¡Maldita sea, los zapatos! Tengo que volver para buscar unos que sean bajos, porque me va a tocar correr los cien metros lisos si no consigo parar un taxi.
Llego una hora tarde a trabajar. En cuanto entro por la puerta echo a correr hacia el ascensor, que está a punto de cerrarse.
—¡Hola, Lu! —grito sin detenerme.
—¡Llegas tarde! ¡Me debes una cena! —contesta ella gritando también.
Cuando llego al despacho lo primero que hago es acercarme a ver a Pedro. Hoy está irreconocible: la barba descuidada de ayer ha desaparecido, su pelo está bastante bien peinado y aunque no ha dejado de lado los vaqueros, hoy los lleva con una camisa de seda verde manzana que no le queda nada mal. En cuanto me ve, me dedica una sonrisa de medio lado y deja de teclear.
—Siento llegar tarde —me disculpo.
—Todo está bajo control, le he dicho a Christian que tenías una cita con el dentista.
—Gracias por salvarme el cuello.
—No hay de qué. Ha llamado el director de Industrias Hollister para concertar una entrevista contigo y un tal James Carter, que no ha querido dejarme el recado y volverá a llamar sobre las once.
—Llama a Industrias Hollister y concierta la cita para las cuatro, y si vuelve a llamar el señor Carter pásale la llamada directamente a Christian. Lo único que quiere es marearme para terminar hablando con el jefe.
—¡A sus órdenes! —bromea haciendo el saludo militar antes de volver a enfrascarse en su trabajo.
CAPITULO 5
¡Mierda! De todos los hombres del mundo ha tenido que ser precisamente Pedro… ¡Y nos ha pillado hablando de él! Ahora mismo necesitaría que me tragase la tierra, pero como sé que eso no va a pasar me vuelvo para encontrarme con sus ojos verdes y una sonrisa de medio lado terriblemente atractiva dirigida por completo a mí. Va vestido como esta mañana y permanece con las manos en los bolsillos de los vaqueros esperando a que le presente a Luisa.
Carraspeo porque se me ha quedado la garganta seca, no sé si de la vergüenza de haber sido pillada o porque esa sonrisa me ha descolocado más de lo que debería admitir.
—Lu... él es Pedro —digo por fin—. Pedro, ella es Luisa, la recepcionista de la oficina.
—Tú eres la desaparecida recepcionista —contesta él tendiéndole la mano—. Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo —responde Lu avergonzada.
—He venido con unos amigos y al verte vine a saludar —aclara Pedro —. Lo que no esperaba era que yo fuese el tema de conversación… no sabía que te alterase tanto tenerme en el despacho.
—No seas creído —protesto intentando disimular—. Eres lo único fuera de lo común que ha ocurrido hoy, solo eso.
—Vaya… Y yo me había emocionado.
—Mala suerte, chico —contesta Lu.
—¿Chico? ¿Qué edad crees que tengo? ¿Veinte?
—Por ahí andarás —contesto yo.
—Debo tener una genética excelente, porque me has quitado diez años de golpe.
Me quedo mirándole con la boca abierta. ¿En serio tiene treinta?
¡Cualquiera lo diría! Ojalá yo tuviese su genética… Me conservo bastante bien, pero cuando tenga cincuenta años me gustaría aparentar cuarenta. Pedro me mira con una sonrisa un tanto extraña que no logro descifrar.
—Me marcho, mis amigos me esperan —dice de repente—. Nos vemos mañana, jefa.
—Hasta mañana.
Pedro se aleja en dirección a una mesa en la que hay una pareja sentada con dos chicos más y yo me pierdo en el movimiento de su culo al andar.
¡Joder, y vaya culo! Lo tiene tan redondo y apretado que dan ganas de morderlo y todo… ¿Pero qué demonios estoy pensando? ¡Por Dios bendito! ¡Voy a perder la cabeza!
—¡Dios, está como un queso! ¿Pero tú has visto ese pedazo de culo? —dice Lu interrumpiendo mis lujuriosos pensamientos.
Le doy un codazo con una sonrisa y me bebo de un trago mi Cosmopolitan para marcharme a casa. En cuanto cierro la puerta a mis espaldas lanzo los zapatos de tacón por el aire, que me están matando desde esta mañana. Me doy una ducha bien caliente y tras ponerme mi camisón de corazoncitos me siento en el sofá a ver lo que hay en la tele. Tras media hora haciendo zapping sin éxito me meto bajo el nórdico y me quedo profundamente dormida.
CAPITULO 4
A las seis de la tarde apago el ordenador y bajo a recepción para encontrarme con Luisa, que ya está lista para salir. Como todos los jueves nos vamos a Madame Geneva, un bar de cócteles situado en el centro de la ciudad. Hoy está a reventar, por lo que nos abrimos paso hasta la esquina de la barra donde una pareja acaba de dejar dos asientos vacíos.
—¿Y bien? —pregunta mi amiga en cuanto el camarero se marcha— ¿Qué tal el nuevo cliente?
—El nuevo cliente es el hijo de Christian, y te aseguro que me ha ido de pena.
—¿En serio ese bombonazo era Mauro el mujeriego? —pregunta sorprendida— Ha cambiado mucho en un par de años.
—La cirugía puede hacer milagros en su aspecto, pero sigue teniendo el cerebro de un mosquito. Para no perder la costumbre ha intentado ligar conmigo como si no hubiese intentado echarme del trabajo por no hacerlo la otra vez.
—Ese intenta ligar con todas aunque esté comprometido, y lo más triste es que a la mayoría consigue llevárselas a la cama. Me da pena su prometida, la pobre debe pasarlo fatal cada vez que sale un escándalo en alguna revista de cotilleos.
—Pues te aseguro que por mi parte no tiene nada que temer, porque Mauro se ha llevado un gran chasco. No tengo tiempo ni ganas de aguantar sus tonterías.
—Deberías relajarte un poco y echar algún polvo de vez en cuando, ¿sabes? No digo que lo hagas con ese, te aseguro que ni siquiera yo lo haría —dice poniendo cara de asco—, pero sí que busques a alguien con quien quedar de vez en cuando. No tiene que ser sano estar tanto tiempo en celibato.
—¿Relajarme precisamente ahora? En un mes empiezan las campañas navideñas y no voy a tener ni un solo minuto libre para poder dedicarme a ligar, Lu.
—¿Pero no tienes ya ayudante?
—Sí, lo tengo, pero aún no está familiarizado con todo esto y tendré que enseñarle. Me va a costar más que otros años llegar a tiempo a todos los contratos y Christian se va a cabrear mucho.
—¿Qué tal es tu ayudante, por cierto? No la he visto llegar.
—No la has visto llegar porque mi nueva ayudante se llama Pedro Alfonso y tiene pene.
Mi amiga deja escapar la cerveza por la nariz arrancándome una carcajada. Me conoce muy bien y sabe que no me gusta trabajar con hombres, y sé que la noticia la habrá dejado muerta.
—¿Qué me he perdido? —pregunta limpiándose la barbilla— ¿Paula Chaves trabajando con un hombre? ¿Ha empezado el Apocalipsis y yo no me he enterado?
—La magnífica idea ha sido de Christian. Es el hijo de su hermana y si quiero seguir trabajando en esta empresa tengo que aguantarle.
—¿Y cómo es? ¿Es guapo?
—Yo no diría guapo, pero sí es atractivo. Tiene un aire de pirata que le hace destacar.
—Pues chica, si se pone a tiro…
—Es demasiado joven, Lu. Tendrá unos veintipocos años.
—¿Y qué? ¿No sabes que hay que comerse un yogur de vez en cuando?
—Un yogur sí, pero no un yogurín.
—Bueno, así al menos te recrearás la vista.
—Tú siempre pensando en lo mismo… ¡Salida! —bromeo.
—Es que el sexo es el mejor deporte que existe, ¿sabes? Deberías probarlo de vez en cuando.
—Para mí lo primero es el trabajo, no pienso tumbarle en el escritorio para follármelo como una ninfómana —bromeo—. Ahora en serio, me ha parecido muy profesional y eso me gusta. Creo que podré lidiar con él después de todo.
—Ya me lo presentarás un día de estos, que me está picando la curiosidad por ese tal Pedro. Tengo ganas de descubrir cuán atractivo es.
De pronto siento un escalofrío subir por mi espalda. Hay alguien parado detrás de mí, todos mis nervios se han erizado de golpe. No quiero volverme por si es algún hombre intentando ligar, pero una voz que ya me es familiar me deja inmóvil en el sitio.
—La curiosidad mató al gato, chicas —susurra Pedro junto a nosotras.
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