martes, 27 de agosto de 2019
CAPITULO 29
Vuelvo a casa sin poder quitarme de la cabeza a Pedro. ¿Por qué ha tenido que besarme? ¿A qué demonios ha venido que lo haga? Ahora estoy más confundida que antes. Suelto el bolso en la encimera de la cocina y me preparo un chocolate caliente. Abro la aplicación de la página de citas para ver si tengo algún mensaje de Wolf, y efectivamente, allí está.
Buenas noches, Bunny. Daría lo que fuera por pasar la Navidad contigo, saboreándote, en vez de estar oyendo desafinar a mi hermana cantando
Noche de paz. Espero que al menos te hayas divertido. Que descanses
Grito frustrada. ¿Por qué demonios tiene que ser tan provocador?
Ahora no voy a poder pegar ojo en toda la noche imaginando que lo hace…
Y que Pedro me besa. ¡Oh, Dios! ¡Qué lío! Tras comer algo me meto entre las sabanas con un suspiro y el sonido de un whatsapp me sobresalta. ¿Quién será a estas horas?
Buenas noches, jefa. Siento lo que ha pasado en la oficina. No tengo excusa, la cosa se me fue de las manos, pero te aseguro que no volverá a ocurrir.
Que pases una feliz Navidad
Entierro la cara en la almohada con un gemido.
Era eso lo que esperaba de Pedro, ¿verdad?
Entonces, ¿Por qué me siento tan decepcionada con su disculpa?
Al día siguiente me despierto con un terrible dolor de cabeza. No he pegado ojo en toda la noche pensando en el beso de Pedro, que no fue más que culpa mía. ¿Por qué tuve que sacarle la lengua como si fuera una colegiala?
Ahora no puedo quitármelo de la cabeza por más que quiero. Reconozco que me da miedo llegar a la oficina porque aunque Pedro se haya disculpado por whatsapp, la situación puede ser muy incómoda a partir de ahora. Sin embargo, cuando suelto el bolso sobre mi escritorio mi ayudante entra en mi despacho con dos tazas de café humeante y una sonrisa de oreja a oreja en los labios.
—Buenos días, jefa —dice extendiéndome mi taza— ¿Hoy no hay dulces?
—Lo siento, llegaba tarde y no he podido parar a comprarlos.
Miento descaradamente porque con todo lo que tengo en la cabeza ni siquiera me he acordado de ellos, pero parece que Pedro se conforma con mi excusa.
—No te preocupes, ahora mismo bajo a la pastelería y traigo algo para desayunar, que hoy tenemos demasiado trabajo. En tu agenda te he anotado las llamadas que tienes que devolver.
—Gracias, ahora mismo me pongo con ello.
Pedro se marcha y a mí se me queda cara de tonta. Se comporta como si lo de ayer no hubiese pasado y la verdad es que no sé cómo tomarme eso, pero no tengo ganas de profundizar en el asunto. Veinte minutos después mi ayudante regresa con una caja de cupcakes con motivos navideños. Me entrega uno precioso con la cara de Santa Claus dibujada en el frosting.
—Espero que Santa se haya portado bien contigo este año —dice con un guiño.
—Bueno, no se ha portado mal del todo. ¿Y contigo qué tal?
—Pijamas, calcetines y bóxers, nada que no me hayan regalado otros años. ¿Nos ponemos manos a la obra?
—Aún tengo que devolver un par de llamadas más, dame unos minutos.
—¿Tú, la obsesa del orden y el control, no has terminado las llamadas en veinte minutos? —Se acerca y pone su mano en mi frente, haciéndome estremecer—. No, no parece que tengas fiebre.
—¡Pues claro que no!
—Tal vez Santa me ha traído un buen regalo este año después de todo…
—¿Y cuál es ese regalo? —pregunto como una tonta.
—Una jefa mucho más relajada.
Le doy un manotazo en el brazo y me pongo a trabajar con una sonrisa en los labios. Por suerte el incidente de ayer no parece haber afectado a nuestra relación de trabajo, cosa que me alivia bastante. Nos pasamos el resto de la mañana inmersos en las campañas que nos faltan para tener libre el día de fin de año, día que se celebra la tan esperada fiesta de la empresa. Cada año es más espectacular que el anterior y todos permanecemos expectantes ante la nueva excentricidad que ideará Christian para divertir a su personal.
Por lo pronto nos ha llegado una circular en la que nos informa de que tenemos que disfrazarnos al más puro estilo Flower Power.
Quien gane el premio al disfraz más original ganará un viaje de fin de semana a Miami con todos los gastos pagados, así que ya estoy pensando en el mío porque me vendría muy bien estar un par de días relajada en la playa con un cóctel en la mano.
CAPITULO 28
No puedo quitarme de la cabeza en todo el día el beso de Pedro, así que me voy a casa de Luisa bastante antes de la cena para ayudarla en lo que necesite y olvidarme por un momento de mi ayudante, pero es evidente que no necesita mi ayuda. Eduardo ha resultado ser un encanto y la está ayudando a cocinar, y por si eso fuera poco es guapísimo y tiene un cuerpazo de campeonato. Se le ve muy entusiasmado con Luisa, aprovecha cualquier oportunidad para acercarse a besarla en la mejilla o a cogerle la mano, y la verdad es que siento una envidia terrible ahora mismo.
Sana, por supuesto, porque me alegro enormemente de que mi mejor amiga sea feliz por fin, pero envidia al fin y al cabo.
Pedro vuelve a mi cabeza como por arte de magia. ¿Qué habría pasado si no me llego a marchar esta mañana? Posiblemente habríamos terminado haciendo el amor sobre el escritorio y yo me habría sentido miserable durante el resto de mi vida.
—Se ha acabado el vino —dice Eduardo mirándome de reojo—. Cielo, voy a acercarme un momento a mi casa a traer un par de botellas, ¿de acuerdo?
—Claro —contesta mi amiga sin quitarme el ojo de encima.
Cuando su novio se ha marchado, ella se sienta a mi lado y chasquea
los dedos delante de mi cara.
—Ey, Paula, ¿qué demonios te ocurre? —pregunta.
—No me pasa nada.
—¡Vamos, Paula! Si hasta Eduardo se ha dado cuenta de que te pasa algo.
—Es solo que no puedo sacarme una cosa de la cabeza.
—¿Es por Lobo solitario?
—No, es algo que ha pasado con Pedro.
—¿Con Pedro? Ya puedes estar empezando a hablar, porque Eduardo tardará en volver.
—Ayer, cuando me despedí de Pedro en el despacho, me besó.
—¿¿Qué??
—Apenas fue un roce de labios, pero me dejó muy trastornada. Por la noche estuve hablando con Wolf y me dijo que quizás había muérdago sobre nuestras cabezas.
—Espera, ¿Wolf? ¿Qué me he perdido?
—Lobo solitario, Lu. El caso es que esta mañana he ido a comprobar si existía ese muérdago y Pedro estaba allí. Tenía que disimular, no podía decirle la razón de mi presencia allí, así que le dije que había olvidado algo.
—¿Y él por qué estaba allí?
—Había olvidado el regalo de Navidad de Leila.
—Bien, continúa.
—Creí que se marcharía pero se quedó parado en el sitio, así que tuve que improvisar y cogí mis medias de repuesto. Él se burló, yo le saqué la lengua… y te aseguro que ese beso no fue a causa de ninguna rama de muérdago.
—¿Volvió a besarte?
—¡Oh, sí! Y esta vez fue un beso en toda regla. ¡Qué bien besa, Lu! Consiguió derretirme solo con un beso.
—¿Y qué pasó después?
—Me dejó marchar. No dijo ni una palabra, solo me dejó marchar.
—¿Tengo que decir que te lo dije?
—¿Cómo demonios voy a mirarle a la cara mañana, Lu? Fue un momento muy íntimo e intenso, demasiado intenso. Me siento frustrada por primera vez en muchos años y no es el primer hombre que me besa en todo este tiempo.
—Quizás ya va siendo hora de que te dejes seducir, Paula. Hay que reconocer que Pedro es muy atractivo y tiene un cuerpo de escándalo.
—¿Y qué pasa con Leila? No se merece que yo le haga eso, es muy buena chica.
—Oye, tú no eres responsable de lo que pase con Leila. Es él quien tiene que guardarle respeto, no tú. Disfruta de una cana al aire, amiga, verás qué bien te va.
—¡Pero es que también me gusta Lobo solitario!
—Pero él no tiene intención de quedar contigo por ahora, ¿verdad? De hecho rechazó tu invitación a cenar.
—Dice que es muy pronto, que yo no estoy preparada.
—¿Preparada para qué?
—Pues no sé, para conocernos en persona, quizás. A lo mejor es muy feo, o tuerto, o paralítico y cree que eso me puede condicionar.
—Menuda estupidez.
—¿Y tú con Eduardo? ¿Qué tal va todo?
—Pues ha mejorado bastante, pero no lo suficiente. Esta noche pienso seducirle.
—Pues entonces será mejor que me vaya —digo levantándome—. Si no estoy aquí cuando él regrese lo tendrás mucho más fácil.
—No tienes que irte, Paula. Puedes quedarte como siempre.
—¿Y escucharte gemir durante toda la noche? No, gracias, mejor me voy a casa.
—Quédate al menos a cenar, me sabe mal que te vayas así.
—Ya cenaré cualquier cosa en casa, no te preocupes.
—Déjame al menos que te ponga un poco de asado en una fiambrera, cabezota —protesta abriendo el armario.
Me sirve un poco de todo en varios recipientes y los mete en una bolsa que me tiende con un puchero.
—Tampoco me has dejado darte tu regalo de Navidad —protesta.
—Ya me lo darás mañana cuando vayamos a tomarnos algo y me cuentes lo que ha pasado con Eduardo.
—Prometido.
—Feliz Navidad, Lu.
—Feliz Navidad, cariño.
Nos fundimos en un tierno abrazo que ninguna de las dos quiere deshacer. Sonrío cuando nos separamos y alzo las cejas provocativamente.
—Añade esto a mi regalo —sugiero—. ¡Que tengas un buen polvo navideño, amiga!
—Llama a Pedro, no seas tonta.
—Pedro está cenando con Leila. Supongo que pasarán toda la noche haciendo el amor.
—¿Tú crees? ¿Y por qué te besó entonces? Quizás esa relación esté más muerta de lo que imaginas.
—Quizás solo quieres ver desastres para que yo me acueste con él. Buenas noches.
CAPITULO 27
Aunque es Navidad y no tengo que trabajar, me encuentro a primera hora de la mañana del día siguiente entrando en la oficina para asegurarme de que el beso de Pedro no fue otra cosa que una simple tradición navideña.
Aunque me da miedo mirar hacia el techo, levanto la vista para ver que efectivamente hay una ramita de muérdago colgando de la puerta que separa nuestros despachos, y sonrío por lo tonta que he sido al pensar que el beso fue algo mucho más íntimo.
—¿Paula? ¿Qué demonios haces aquí?
La voz de Pedro me sobresalta y me hace soltar un grito nada atractivo.
Me vuelvo para verle mirarme desde la puerta con cara de auténtica incredulidad.
—Dime que no has venido a ponerte a trabajar… —advierte.
—¡Pues claro que no! —contesto ofendida— Ayer olvidé algo y he venido a buscarlo, nada más. ¿Y tú qué haces aquí?
—Parece que ayer fue el día de los olvidos, me dejé el regalo de Leila en el escritorio y he tenido que volver a buscarlo.
—Supongo que con las prisas por marcharnos no estuvimos demasiado atentos. Bueno, voy a coger… lo mío.
Espero que se marche para poder conservar mi coartada, pero en vez de irse permanece apoyado en la puerta mirándome con curiosidad.
Con un suspiro abro el cajón del escritorio con la esperanza de encontrar algo que pueda salvarme de ser descubierta, pero lo único que encuentro son las medias de emergencia que siempre tengo ahí por si se me rompen las que llevo puestas justo antes de una reunión.
¡Qué remedio! Saco el paquete del cajón y lo meto en mi bolso con toda la naturalidad del mundo.
—¿En serio has venido a buscar unas medias? —pregunta mirándome sorprendido— Reconoce que habías venido a trabajar, Paula.
Me pongo roja como un tomate al ser descubierta en la mentira, pero le saco la lengua y me cuelgo el bolso para irme de una vez por todas.
Cuando paso por su lado Pedro me agarra del brazo y pega su cara a la mía.
Ahora mismo estamos tan cerca… mi respiración se acelera y estoy segura de que él puede ver claramente en mis ojos las ganas que tengo ahora mismo de tumbarle en mi mesa y comérmelo de arriba abajo.
—¿Por qué has hecho eso? —susurra.
—¿Por qué he hecho qué?
—¿Acaso no sabes que no debes sacarle la lengua a un hombre, Paula?
—¿Por qué no?
—Porque te arriesgas a que quiera probarla… y no se conforme solo con un bocado.
—Pero tú no quieres hacerlo, ¿verdad?
—¿Quién dice que no?
Apenas le he visto moverse, pero antes de darme cuenta estoy apoyada en la pared aprisionada con su cuerpo, y su lengua recorre mis labios lentamente. ¡Madre mía! ¡Voy a tener un orgasmo con tan solo esa caricia!
Abro la boca inconscientemente y él aprovecha para introducir su lengua en mi boca, dulce, cálida, suave… Su lengua me saquea como si fuese un pirata en busca de su botín y no puedo evitar gemir recorrida por un placer indescriptible. Me tantea, me provoca, y cuando mi lengua le responde me aprieta entre sus brazos, haciéndome sentir el bulto de su erección junto a mi estómago. Subo las manos por su pecho para enredarlas en su cuello, pero
parece que ese gesto le ha sacado de su estupor, porque se aparta poco a poco de mí y cierra los ojos para recuperar el control.
Pedro me mira un segundo antes de dejar caer su brazo dejándome una vía de escape que no dudo ni un segundo en tomar. Bajo a toda prisa por las escaleras porque no pienso quedarme encerrada en un ascensor con él ni loca, y corro hasta mi coche para encerrarme hasta recuperar el control. No puedo apenas respirar, el corazón me late a mil por hora y mi sexo gime por haberle privado de la cercanía de Pedro. Ese beso me ha dejado excitada, frustrada y más confundida que nunca. ¿A qué demonios ha venido ese beso? Ahora no había muérdago de por medio que le dé una explicación lógica a lo que ha pasado en el despacho…
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