martes, 27 de agosto de 2019

CAPITULO 28



No puedo quitarme de la cabeza en todo el día el beso de Pedro, así que me voy a casa de Luisa bastante antes de la cena para ayudarla en lo que necesite y olvidarme por un momento de mi ayudante, pero es evidente que no necesita mi ayuda. Eduardo ha resultado ser un encanto y la está ayudando a cocinar, y por si eso fuera poco es guapísimo y tiene un cuerpazo de campeonato. Se le ve muy entusiasmado con Luisa, aprovecha cualquier oportunidad para acercarse a besarla en la mejilla o a cogerle la mano, y la verdad es que siento una envidia terrible ahora mismo. 


Sana, por supuesto, porque me alegro enormemente de que mi mejor amiga sea feliz por fin, pero envidia al fin y al cabo.


Pedro vuelve a mi cabeza como por arte de magia. ¿Qué habría pasado si no me llego a marchar esta mañana? Posiblemente habríamos terminado haciendo el amor sobre el escritorio y yo me habría sentido miserable durante el resto de mi vida.


—Se ha acabado el vino —dice Eduardo mirándome de reojo—. Cielo, voy a acercarme un momento a mi casa a traer un par de botellas, ¿de acuerdo?


—Claro —contesta mi amiga sin quitarme el ojo de encima.


Cuando su novio se ha marchado, ella se sienta a mi lado y chasquea
 los dedos delante de mi cara.


—Ey, Paula, ¿qué demonios te ocurre? —pregunta.


—No me pasa nada.


—¡Vamos, Paula! Si hasta Eduardo se ha dado cuenta de que te pasa algo.


—Es solo que no puedo sacarme una cosa de la cabeza.


—¿Es por Lobo solitario?


—No, es algo que ha pasado con Pedro.


—¿Con Pedro? Ya puedes estar empezando a hablar, porque Eduardo tardará en volver.


—Ayer, cuando me despedí de Pedro en el despacho, me besó.


—¿¿Qué??


—Apenas fue un roce de labios, pero me dejó muy trastornada. Por la noche estuve hablando con Wolf y me dijo que quizás había muérdago sobre nuestras cabezas.


—Espera, ¿Wolf? ¿Qué me he perdido?


—Lobo solitario, Lu. El caso es que esta mañana he ido a comprobar si existía ese muérdago y Pedro estaba allí. Tenía que disimular, no podía decirle la razón de mi presencia allí, así que le dije que había olvidado algo.


—¿Y él por qué estaba allí?


—Había olvidado el regalo de Navidad de Leila.


—Bien, continúa.


—Creí que se marcharía pero se quedó parado en el sitio, así que tuve que improvisar y cogí mis medias de repuesto. Él se burló, yo le saqué la lengua… y te aseguro que ese beso no fue a causa de ninguna rama de muérdago.


—¿Volvió a besarte?


—¡Oh, sí! Y esta vez fue un beso en toda regla. ¡Qué bien besa, Lu! Consiguió derretirme solo con un beso.


—¿Y qué pasó después?


—Me dejó marchar. No dijo ni una palabra, solo me dejó marchar.


—¿Tengo que decir que te lo dije?


—¿Cómo demonios voy a mirarle a la cara mañana, Lu? Fue un momento muy íntimo e intenso, demasiado intenso. Me siento frustrada por primera vez en muchos años y no es el primer hombre que me besa en todo este tiempo.


—Quizás ya va siendo hora de que te dejes seducir, Paula. Hay que reconocer que Pedro es muy atractivo y tiene un cuerpo de escándalo.


—¿Y qué pasa con Leila? No se merece que yo le haga eso, es muy buena chica.


—Oye, tú no eres responsable de lo que pase con Leila. Es él quien tiene que guardarle respeto, no tú. Disfruta de una cana al aire, amiga, verás qué bien te va.


—¡Pero es que también me gusta Lobo solitario!


—Pero él no tiene intención de quedar contigo por ahora, ¿verdad? De hecho rechazó tu invitación a cenar.


—Dice que es muy pronto, que yo no estoy preparada.


—¿Preparada para qué?


—Pues no sé, para conocernos en persona, quizás. A lo mejor es muy feo, o tuerto, o paralítico y cree que eso me puede condicionar.


—Menuda estupidez.


—¿Y tú con Eduardo? ¿Qué tal va todo?


—Pues ha mejorado bastante, pero no lo suficiente. Esta noche pienso seducirle.


—Pues entonces será mejor que me vaya —digo levantándome—. Si no estoy aquí cuando él regrese lo tendrás mucho más fácil.


—No tienes que irte, Paula. Puedes quedarte como siempre.


—¿Y escucharte gemir durante toda la noche? No, gracias, mejor me voy a casa.


—Quédate al menos a cenar, me sabe mal que te vayas así.


—Ya cenaré cualquier cosa en casa, no te preocupes.


—Déjame al menos que te ponga un poco de asado en una fiambrera, cabezota —protesta abriendo el armario.


Me sirve un poco de todo en varios recipientes y los mete en una bolsa que me tiende con un puchero.


—Tampoco me has dejado darte tu regalo de Navidad —protesta.


—Ya me lo darás mañana cuando vayamos a tomarnos algo y me cuentes lo que ha pasado con Eduardo.


—Prometido.


—Feliz Navidad, Lu.


—Feliz Navidad, cariño.


Nos fundimos en un tierno abrazo que ninguna de las dos quiere deshacer. Sonrío cuando nos separamos y alzo las cejas provocativamente.


—Añade esto a mi regalo —sugiero—. ¡Que tengas un buen polvo navideño, amiga!


—Llama a Pedro, no seas tonta.


Pedro está cenando con Leila. Supongo que pasarán toda la noche haciendo el amor.


—¿Tú crees? ¿Y por qué te besó entonces? Quizás esa relación esté más muerta de lo que imaginas.


—Quizás solo quieres ver desastres para que yo me acueste con él. Buenas noches.



No hay comentarios:

Publicar un comentario