martes, 27 de agosto de 2019
CAPITULO 27
Aunque es Navidad y no tengo que trabajar, me encuentro a primera hora de la mañana del día siguiente entrando en la oficina para asegurarme de que el beso de Pedro no fue otra cosa que una simple tradición navideña.
Aunque me da miedo mirar hacia el techo, levanto la vista para ver que efectivamente hay una ramita de muérdago colgando de la puerta que separa nuestros despachos, y sonrío por lo tonta que he sido al pensar que el beso fue algo mucho más íntimo.
—¿Paula? ¿Qué demonios haces aquí?
La voz de Pedro me sobresalta y me hace soltar un grito nada atractivo.
Me vuelvo para verle mirarme desde la puerta con cara de auténtica incredulidad.
—Dime que no has venido a ponerte a trabajar… —advierte.
—¡Pues claro que no! —contesto ofendida— Ayer olvidé algo y he venido a buscarlo, nada más. ¿Y tú qué haces aquí?
—Parece que ayer fue el día de los olvidos, me dejé el regalo de Leila en el escritorio y he tenido que volver a buscarlo.
—Supongo que con las prisas por marcharnos no estuvimos demasiado atentos. Bueno, voy a coger… lo mío.
Espero que se marche para poder conservar mi coartada, pero en vez de irse permanece apoyado en la puerta mirándome con curiosidad.
Con un suspiro abro el cajón del escritorio con la esperanza de encontrar algo que pueda salvarme de ser descubierta, pero lo único que encuentro son las medias de emergencia que siempre tengo ahí por si se me rompen las que llevo puestas justo antes de una reunión.
¡Qué remedio! Saco el paquete del cajón y lo meto en mi bolso con toda la naturalidad del mundo.
—¿En serio has venido a buscar unas medias? —pregunta mirándome sorprendido— Reconoce que habías venido a trabajar, Paula.
Me pongo roja como un tomate al ser descubierta en la mentira, pero le saco la lengua y me cuelgo el bolso para irme de una vez por todas.
Cuando paso por su lado Pedro me agarra del brazo y pega su cara a la mía.
Ahora mismo estamos tan cerca… mi respiración se acelera y estoy segura de que él puede ver claramente en mis ojos las ganas que tengo ahora mismo de tumbarle en mi mesa y comérmelo de arriba abajo.
—¿Por qué has hecho eso? —susurra.
—¿Por qué he hecho qué?
—¿Acaso no sabes que no debes sacarle la lengua a un hombre, Paula?
—¿Por qué no?
—Porque te arriesgas a que quiera probarla… y no se conforme solo con un bocado.
—Pero tú no quieres hacerlo, ¿verdad?
—¿Quién dice que no?
Apenas le he visto moverse, pero antes de darme cuenta estoy apoyada en la pared aprisionada con su cuerpo, y su lengua recorre mis labios lentamente. ¡Madre mía! ¡Voy a tener un orgasmo con tan solo esa caricia!
Abro la boca inconscientemente y él aprovecha para introducir su lengua en mi boca, dulce, cálida, suave… Su lengua me saquea como si fuese un pirata en busca de su botín y no puedo evitar gemir recorrida por un placer indescriptible. Me tantea, me provoca, y cuando mi lengua le responde me aprieta entre sus brazos, haciéndome sentir el bulto de su erección junto a mi estómago. Subo las manos por su pecho para enredarlas en su cuello, pero
parece que ese gesto le ha sacado de su estupor, porque se aparta poco a poco de mí y cierra los ojos para recuperar el control.
Pedro me mira un segundo antes de dejar caer su brazo dejándome una vía de escape que no dudo ni un segundo en tomar. Bajo a toda prisa por las escaleras porque no pienso quedarme encerrada en un ascensor con él ni loca, y corro hasta mi coche para encerrarme hasta recuperar el control. No puedo apenas respirar, el corazón me late a mil por hora y mi sexo gime por haberle privado de la cercanía de Pedro. Ese beso me ha dejado excitada, frustrada y más confundida que nunca. ¿A qué demonios ha venido ese beso? Ahora no había muérdago de por medio que le dé una explicación lógica a lo que ha pasado en el despacho…
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