miércoles, 28 de agosto de 2019
CAPITULO 31
Esta noche es fin de año: la noche de los buenos propósitos para el año nuevo y permanecer de fiesta hasta el amanecer. La verdad es que no es que me guste particularmente esta fiesta, normalmente la paso en casa viendo películas navideñas tomando chocolate caliente con nubes, pero este año en particular necesito soltarme un poco la melena y dejarme llevar por el momento. Aún faltan unas horas para la fiesta de la empresa, así que decido darme un buen baño relajante antes de arreglarme para salir. Lleno la bañera de agua humeante repleta de burbujas y me instalo en ella con un suspiro.
En cuanto cierro los ojos vienen a mi mente los ojos verdes de Pedro, que me miran ardientes de deseo. Está demasiado cerca de mí y se relame los labios como si fuese el lobo feroz a punto de cenarse a Caperucita. Mi sexo comienza a calentarse y mi mano resbala inconscientemente por mi estómago hasta él.
—Vamos, Bunny… déjate llevar.
Ahora no es Pedro quien me aprisiona contra la pared, sino mi lobo solitario. Sus labios carnosos se unen a los míos en un beso hambriento y gimo presa del deseo. Mi mano comienza a moverse sobre mi clítoris, y en mi imaginación mi perverso desconocido se deshace de mi blusa lentamente.
Tengo los pezones duros debido al deseo y él no pierde ni un segundo en acercar su boca a ellos y saborearlos, degustarlos lentamente, haciéndome gemir.
Su boca abandona mi pecho para subir lentamente hasta mi cuello y recorrerlo con besos húmedos y calientes.
—Eres mía, Bunny, que no te quepa la menor duda.
Su arranque de posesión hace que una oleada de calor indescriptible suba por mi espalda haciéndome jadear. Mi desconocido me penetra entonces de una sola embestida, expandiéndome y llenándome por completo, y me sostengo con fuerza a sus hombros desnudos. Sus fuertes brazos me levantan y enredo las piernas en su cintura para que pueda penetrarme mejor. Sus embestidas me hacen rasparme la espalda contra la pared, pero el placer es tan intenso que no me importa.
Mi mano aumenta el ritmo de los roces sobre mi clítoris y llego al orgasmo cuando en mi imaginación es Pedro quien me lleva hasta él.
Abro los ojos respirando entrecortadamente. ¿Qué demonios ha sido eso? ¿Por qué no puedo decidirme en mis fantasías por uno solo de los dos? Salgo de la bañera de mal humor y con muy pocas ganas de ir a la fiesta, así que me lío en una toalla, me sirvo un tazón de helado de pistacho y me tumbo en el sofá.
Cuando abro los ojos al escuchar el timbre de la puerta, me doy cuenta de que casi es la hora de irme. ¡Mierda, me he quedado dormida! Abro y hago pasar al Pedro sin darme cuenta de que aún voy cubierta solo con la toalla.
—Pasa, me quedé dormida —digo dándome la vuelta—. No tardaré.
Pedro me coge de la muñeca impidiéndome marcharme, y cuando me vuelvo para ver qué le ocurre le veo mirándome de arriba abajo con lujuria.
—A la mierda, Paula —susurra.
Pega a su cuerpo al mío para abrazarme con fuerza y une su boca a la mía igual que en mi fantasía de antes, pero ahora puedo notar perfectamente en sabor de sus labios, el calor de su cuerpo y el bulto de su erección.
—Lo he intentado —dice al apartarse—, te juro por Dios que lo he intentado, pero estoy cansado de evitarte. Estoy cansado de necesitarte y hacer como si no pasara nada, nena.
Vuelve a besarme, esta vez con más suavidad.
Su lengua entra en mi boca y recorre todos sus secretos, jugando con mi lengua, tentándola hasta que un gemido escapa de mi garganta sin querer. Sus manos deshacen el nudo de la toalla y la dejan caer al suelo, dejándome completamente desnuda.
Pedro me mira sonriendo y acaricia el costado de uno de mis pechos con el dorso de la mano.
—Dios, eres perfecta, nena… tu cuerpo me deja sin respiración.
—Esto no está bien, Pedro —protesto.
—Deja de pensar, Paula… solo siente.
Me coge en brazos para dejarme caer sobre el colchón de mi cama y empezar a desnudarse.
Aunque podía deducir que tenía un buen cuerpo debajo de la ropa jamás imaginé que un hombre pudiese parecer cincelado en mármol como él. La palabra perfección se queda corta para describir su abdomen bien definido, y me muero de ganas de lamerlo despacio como si fuese un helado. Pedro me saca de mis cavilaciones gateando sobre mi cuerpo para volver a besarme, pero se deja caer a mi lado sin apartar su boca de la mía. Sus manos comienzan a viajar por mi cuerpo encontrado todos los puntos sensibles que me hacen estremecer, incluso aquellos que no sabía que poseía. No dejo de arquearme loca de deseo, necesito desesperadamente que Pedro entre en mi cuerpo, pero él se limita a acariciarme lentamente con la yema de los dedos.
—Te deseo desde la primera vez que te vi, nena —susurra en mi oído —, casi me vuelvo loco por las ganas de tocarte.
Su boca baja hasta mi pecho y asalta mis pezones, y siento mis jugos correr por mis muslos cuando sus dientes lo aprisionan con suavidad. Apenas se detiene un momento en ellos y baja por mi estómago hasta encontrarse con mi sexo ardiente de necesidad.
—Mmm… —susurra— Estás tan mojada…
Su lengua se entierra entre mis labios y recoge mis jugos antes de lanzarse hacia mi clítoris hinchado con una gula que a punto está de lanzarme de cabeza al orgasmo. Pedro se recrea lamiéndome, chupándome durante una
eternidad, tensándome hasta el límite de la locura, y cuando estoy a punto de llegar al orgasmo su boca abandona mi sexo y vuelve a encontrarse con la mía.
—Aún no, nena —aclara—. Lo harás conmigo.
Sus palabras consiguen derretirme por completo y hacerme gemir.
Pedro se coloca a mi espalda, y tras colocarse un preservativo pasa mi pierna por su cintura. Me siento abierta, expuesta, pero lo único que me importa es sentirle dentro de mí. Cada centímetro que me penetra es una tortura que no quiero que termine, y su mano rodea mi cintura para pegarme más a su cuerpo y empezar a moverse. Sus embestidas son lánguidas, cadenciosas, y mi cuerpo florece poco a poco bajo sus manos. Su mano sostiene mi pecho sin apretarlo, sin acariciarlo siquiera, pero el calor que desprende es suficiente para que una descarga de placer baje por mi estómago. No puedo más, el placer está a punto de hacerme perder la cabeza, y cuando el orgasmo sube por mi espalda siento a Pedro vaciarse con un gemido sordo.
Cuando Pedro recupera el aliento me acurruca entre sus brazos para besarme una y otra vez sin dejarme pensar en lo que acabamos de hacer. Pero tengo que volver a la realidad, todo esto ha sido una locura que no se puede volver a repetir, así que me aparto de él con la intención de levantarme. En vez de dejarme marchar Pedro me inmoviliza bajo su cuerpo para poder mirarme a los ojos.
—¡Ey! —susurra— ¿Qué pasa, nena?
Su voz profunda penetra en mi mente y le miro con la culpa reflejada en el rostro.
—Esto no debería haber pasado —digo al fin.
—¿Por qué no? Te deseaba y tú a mí, no hay nada de malo en eso.
—Eres mi ayudante, Pedro.
—Y también soy un hombre, un hombre que te desea.
—¿Y qué pasa con Leila?
—¿Leila? ¿Qué coño tiene que ver Leila en todo esto?
—¿Cómo que qué tiene que ver? ¡Acabas de serle infiel!
La carcajada de Pedro resuena por la habitación dejándome alucinada.
¿De qué coño se ríe? Le golpeo en el pecho y salgo de la cama para encerrarme en el baño, pero él es más rápido y me intercepta en el pasillo.
—¿Dónde crees que vas? —pregunta.
—Suéltame, esto no tiene ni puñetera gracia.
—Te aseguro que sí la tiene, y si te calmas…
—¿Que me calme? ¡Acabas de serle infiel a tu novia y te hace gracia! ¿Cómo quieres que me calme?
—Leila no es mi novia.
Dejo de retorcerme y me quedo mirándole a los ojos en busca de alguna señal que me demuestre que está mintiendo, pero Pedro está muy serio mirándome fijamente a los ojos.
—Leila es mi hermana, Paula —dice al fin.
—¿Tu hermana?
—Mi hermana.
Me siento como una tonta, como una auténtica imbécil por haber hecho suposiciones en vez de preguntarle abiertamente.
—¿Cómo se te ocurrió pensar que era mi novia? —pregunta.
—¡No os parecéis en nada!
—Es la hija de mi padre con su segunda mujer y se parece a su madre.
—¡Oh! —susurro— Creí…
—¿Por qué no me lo preguntaste?
—No creí que fuese asunto mío.
—No soy hombre de engañar a las mujeres, Paula. Creí que me conocías mejor.
—Y te conozco, pero…
—Pero creíste que estaba engañando a mi novia.
—Lo siento —me disculpo al fin.
—Olvídalo, ¿de acuerdo?
Pedro intenta volver a besarme, pero le aparto empujándole del pecho y me dirijo al baño.
—¿Y ahora qué pasa? —pregunta con la frustración dibujada en el rostro.
—¡Es que yo no soy así, Pedro!
—¿Así, cómo?
—No voy por ahí acostándome con un hombre a la primera de cambio.
—¿A la primera de cambio? ¿En serio? Has sentido tan bien como yo la tensión sexual que hay entre nosotros desde el principio, no me vengas con esas.
—¡Es que no tengo tiempo de enamorarme!
—¿Y quién ha hablado de amor, Paula? Te deseo y sé que tú sientes lo mismo. ¿No podemos disfrutar de ello y ya está?
—Haces que suene sencillo.
—¡Porque lo es! Nos conocemos y tenemos la suficiente confianza para echar un polvo cuando nos apetezca sin que haya consecuencias. ¿Por qué no hacerlo?
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