lunes, 19 de agosto de 2019

CAPITULO 2




Tras una carcajada, Mauro se marcha y yo respiro aliviada. Cuando nos conocimos intentó por todos los medios que me acostase con él, y como no accedí mintió y estuve a punto de perder el trabajo, así que no tengo ganas de que esa situación se vuelva a repetir.


Una vez recobrada la compostura vuelvo a ser la implacable Paula Chaves, la mujer más deseada de todo Manhattan… por su trabajo, no por su aspecto. No soy demasiado guapa, aunque realmente no es algo que me preocupe. Alta, morena, con algo de nariz y ojos marrones. A pesar de mi aspecto común nunca me han faltado los hombres… como se ha podido comprobar hace un momento.


Un golpe en la puerta me devuelve a la realidad. Christian, mi jefe, entra en mi despacho con una sonrisa en los labios.


—Buenos días, Paula. Acabo de ver a mi hijo y me ha dicho que le has despachado como se merece.


—Chris, tu hijo se ha pasado de la raya. No puedo consentir que me falte al respeto y que se presente en mi despacho cuando le dé la gana como si él fuese el dueño de todo esto.


—Lo envié a hablar contigo precisamente porque sé que eres la única mujer capaz de ponerle en su lugar, Paula. Es un sinvergüenza y necesita unas cuantas clases de humildad que apuesto a que le darás encantada.


—Yo no lo diría así, pero…


—De todas formas no he venido a hablarte de Mauro —me interrumpe sentándose frente a mí.


—¿Entonces de qué?


—Sé que estás demasiado ocupada ahora que Sara se ha marchado. Se acerca la campaña navideña y hay demasiado trabajo, así que he decidido ocuparme yo mismo de buscar a tu ayudante.


—Me salvas la vida, Chris. Lo último que necesito ahora mismo es perder el tiempo haciendo entrevistas.


Pedro llegará en unos minutos. Le dije que fuese a tomarse un café para que me diese tiempo a hablar contigo antes de su incorporación.


—¿Esa chica está disponible de inmediato? No sé cómo lo has hecho, pero gracias.


—En realidad hablé con él hace días, pero hemos tenido que esperar que pasaran los quince días pertinentes para que dejase su otro trabajo.


—Espera, ¿él? ¿Cómo que él?


—A partir de ahora trabajarás con mi sobrino Pedro, Paula.


—Tienes que estar de broma.


—Te aseguro que no lo estoy. Pedro es un hombre muy competente en su trabajo, siempre ha destacado por su constancia y su entrega y te aseguro que he tenido que ofrecerle un sueldo muy apetecible para que acepte el puesto.


—Christian, sabes que solo trabajo con mujeres. No digo que tu sobrino no sea competente, pero esa fue la única condición que puse al aceptar el puesto de directora del departamento y fui tajante al respecto.


—Los dos sabemos por qué pusiste esa estúpida norma, pero Pedro no es como Mauro. Mi sobrino es un hombre serio y responsable que se toma su trabajo muy en serio y con el que no vas a tener ningún problema.


—Christian…


—No voy a cambiar de opinión al respecto, Paula. Pedro es un gran profesional y vas a trabajar con él si quieres seguir en la empresa.


—¿Vas a despedirme?


—Bien sabe Dios que sería lo último que haría, pero lo haré si me obligas a ello.


—Muy bien, pero si hay algún problema…


—Yo mismo le pondré de patitas en la calle. En cuanto a mi hijo… hazle esperar un par de semanas para su cita. Se merece que alguien le recuerde que el ser mi hijo no implica que la empresa sea suya.


—De acuerdo.


Mi jefe se da la vuelta para marcharse, pero en el último momento se gira y me mira con ternura.


—Paula, cuando veas lo bien que se desenvuelve Pedro en este trabajo me lo agradecerás.


Mi jefe sale del despacho y me dejo caer en el sillón con un grito de frustración. ¿Un hombre, en serio? ¡Maldita sea mi suerte! Los hombres solo piensan con el pene y no tardan ni dos días en querer meterse entre las piernas de la jefa, lo sé por experiencia. Hace seis años perdí mi empleo anterior precisamente por un empleado que no supo aceptar un no por respuesta.




No hay comentarios:

Publicar un comentario