jueves, 29 de agosto de 2019

CAPITULO 37




En el salón nos esperan Bella y Mauro con un hombre de unos sesenta años y una muchacha de veinte. Es innegable que Bella y ella son hermanas, porque su parecido es asombroso, y supongo que el hombre debe ser su padre. En ese momento aparece una mujer mayor muy elegante que se acerca al señor Cavalcanti y le besa en la mejilla con un amor envidiable.


—Ya estáis aquí —dice Bella acercándose—. Ellas son mi hermana Clara y mi madre Isabel, y él Máximo Cavalcanti, mi padre. Papá, ella es Paula Chaves, la encargada del anuncio, y él Pedro Alfonso, el primo de Mauro.


Veo a Pedro sobresaltarse ante la presentación, pero pronto recupera la compostura y se acerca a estrechar la mano del señor Cavalcanti.


—Encantado de conocerle al fin, señor Cavalcanti —digo haciendo lo mismo.


—Por favor, señorita Chaves, puede llamarme Max. Me hace sentirme muy viejo hablándome de usted.


Mira a Pedro de reojo y se vuelve hacia su yerno.


—No me habías dicho que tu primo iba a venir, Mau —protesta.


—Trabaja para Paula, Max —aclara Mauro—. Es su ayudante.


—De haberlo sabido les habríamos instalado en la casa principal. Hay que tratar bien a la familia.


—Le aseguro que el apartamento está muy bien, Max —dice Pedro—. No debe preocuparse.


—Sea bienvenido entonces, señor Alfonso. Mi casa es su casa.


Pedro hace una inclinación de cabeza y la señora Cavalcanti nos guía hasta el salón. Jamás había probado unos canelones tan deliciosos, no puedo evitar gemir cuando como el primer bocado. Me percato de que la madre de Bella sonríe encantada ante mi reacción y Pedro se relame los labios, seguramente pensando en lo que va a ocurrir más tarde en la habitación.


—Y dígame, señorita Chaves —dice el patriarca tras terminar los postres—. ¿Qué idea tiene para presentar los vinos de mi querida Bella?


—Debo decir que Mauro no me había informado de ese pequeño pero importantísimo detalle —contesto.


—¿Supone eso un problema? —pregunta el patriarca.


—En absoluto. El anuncio es totalmente válido, pero sí me gustaría que Bella apareciese en él de alguna manera para que los posibles consumidores supiesen que ese vino ha sido fabricado en su honor.


—¿Yo? —contesta Arabella espantada— No, ni hablar. Me da muchísima vergüenza.


—Pero mi amor —dice Mauro agarrándole la mano—, yo voy a salir al final… podrías salir conmigo.


—No, Mauro, no soy capaz de hacer algo así.


—El vino lleva tu nombre —interviene su madre—, deberían hacer alguna referencia a ese hecho.


—Eso me parece bien, pero no voy a salir en él.


Me quedo mirándola un momento. Tiene unos ojos preciosos de color miel enmarcados por gruesas pestañas. Una idea se me viene a la cabeza de repente.


—¿Blanco o tinto? —pregunto.


—¿Cómo? —protesta el señor Cavalcanti— ¿Tampoco ha sido informada de la clase de vino que es?


—Es por eso que quisimos venir un día antes —aclara Pedro—. Mi primo estaba entusiasmado con la idea del anuncio, pero por desgracia se olvidó de algunos datos importantes que debíamos conocer.


—Es vino blanco espumoso, señorita Chaves —responde al fin Calvalcanti.


—¿Qué les parece si solo salen los ojos de Bella en el anuncio? — propongo— Un par de secuencias mientras cae vino en una copa, tal vez.


—No sé… —Aunque duda, creo que seré capaz de convencerla.


—Es una idea excelente, cielo —la anima su madre—. Anda, di que sí.


—Está bien, lo haré.


Sonrío satisfecha. Si hay algo que sé hacer a la perfección es mi trabajo, y con pequeños detalles como este logro que los productos que publicito sean los más vendidos del país.


Cuando volvemos a la casa de invitados, Pedro se deja caer en la cama con un suspiro cerrando los ojos.


—¿Cansado? —pregunto desnudándome.


—Mucho —contesta sin abrir los ojos.


—Vaya… y yo que creía que íbamos a pasarlo bien… si hasta me he vestido para la ocasión.


Pedro abre un ojo y se incorpora de golpe al ver que estoy completamente desnuda. Corro por la habitación riendo a carcajadas hasta que me alcanza y me deja caer en la cama mientras se quita la suya a toda prisa.


—¿Sabes, nena? —ronronea— Eres el mejor remedio que conozco para luchar contra el cansancio.


—¿No tenías sueño?


—Lo tenía, pero ahora lo que tengo es hambre… hambre de ti.




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