domingo, 1 de septiembre de 2019

CAPITULO 44




Me paso toda la tarde en el garaje ultimando los detalles del escenario.


He puesto algunos racimos de uvas esparcidos por las estanterías para embellecerlas porque solo con las botellas vacías me parecían algo sosas, y en vez de una mesa de madera como en la bodega original he optado por una barrica barnizada que he visto abandonada en una esquina. Ya está todo listo para la grabación, solo faltan los modelos y las copas de vino, así que apago la luz dispuesta a marcharme, pero al darme la vuelta me encuentro de frente con Mauro, que me mira con esa sonrisa asquerosa que tanto he llegado a odiar.


Ahora no está Pedro para salvarme. Les he dado la tarde libre a todos y se han ido a hacer turismo por la ciudad, y mi corazón late a mil por hora debido al miedo que siento ahora mismo. 


Aunque le he amenazado antes con darle un puñetazo sería un esfuerzo inútil, y encima no fui a las dichosas clases de defensa personal a las que se apuntó Luisa el año pasado. Levanto la barbilla en un intento de parecer menos asustada.


—¿Qué quieres? —pregunto.


—Vaya… así que después de todo sí que eres valiente… me gusta eso en una mujer, Paula.


—Márchate de aquí.


—Me parece que no. Tengo entendido que no tienes a tu perrito faldero cerca para salvarte, así que voy a coger cuanto quiera y tú no vas a contarlo.


Me alejo andando hacia atrás pero me doy contra las estanterías haciendo tintinear las botellas, e intento escapar por su lado, pero me atrapa por la cintura y me aprisiona contra la pared.


—¡Suéltame, joder! —grito intentando zafarme— ¡Suéltame o gritaré!


—Nadie va a escucharte, Paula. Estamos solos tú y yo.


—¡Si no me sueltas te juro por Dios que…


Pega su boca a la mía con fuerza, magullándome los labios con los dientes, y por más que intento golpearle no consigo darle ni un solo golpe.


Cambio entonces de táctica y abro un poco los labios para dejarle introducir su lengua en mi boca, y cierro los dientes con fuerza.


Él aúlla, se aparta de mí y me da una bofetada que me hace ver estrellas y chocar contra la pared. Aunque siento mi mejilla magullada sonrío con satisfacción porque veo la sangre correr por la comisura de sus labios.


—¡Maldita mujer! —protesta— ¿Crees que esto va a detenerme? Conseguí a su mujer, ¡y voy a conseguirte a ti aunque tenga que hacerlo por la fuerza!


—¡Tendrás que matarme, desgraciado! ¡Pelearé mientras me queden fuerzas contra ti! Te odio, ¿me oyes? ¡Me das asco!


Mauro vuelve a golpearme y caigo de rodillas en el suelo. Intento levantarme una vez más, siento la sangre bombear en mis oídos, y cuando consigo hacerlo un nuevo golpe me estrella contra la pared, dejándome sin fuerzas para levantarme de nuevo.


—¡Hijo de puta!


La voz de Pedro es ahora mismo la del mismísimo Dios. Me hago un ovillo en el suelo sollozando, incapaz de levantar la mirada. 


Escucho los golpes que mi salvador le está propinando al desgraciado, pero solo puedo seguir llorando recorrida por un alivio tan grande que me impide respirar.


Unos fuertes brazos me levantan del suelo y me aprisionan contra un pecho masculino, y levanto la vista para ver que es el señor Cavalcanti quien me saca de allí.


—Se acabó, pequeña —susurra—. Se acabó.




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