viernes, 23 de agosto de 2019
CAPITULO 17
Media hora después me estoy arrepintiendo de haber mandado a Pedro a casa. Estoy inmersa en unos informes cuando aparece Mauro, que se sienta en uno de los sillones como si estuviese en su propia casa.
—¿Qué haces aquí? No tienes cita —le recrimino.
—Se me han ocurrido varias ideas para la publicidad y quería comentarlas contigo.
—¿No tienes teléfono? No hacía falta que vinieras hasta mi oficina para eso.
—¿Y perderme el placer de ver esa preciosa cara? No estoy loco, Paula.
—Bien, pues dime lo que tengas planeado y márchate, que tengo mucho trabajo.
—Así no se le habla a un cliente, ¿sabes?
—Así se le habla a las personas que no tienen vergüenza, como es el caso.
—Mi padre se juega mucho con este contrato. No querrás que retire nuestra colaboración, ¿verdad?
Me quedo en silencio apretando los dientes para aguantarme la contestación que tengo en la punta de la lengua. Me muero de ganas de mandarle a la mierda, pero tiene razón y no puedo jugármela con su contrato si quiero mantener mi puesto.
—Veo que no tienes a tu perro guardián cuidándote las espaldas — dice mirando hacia el despacho de Pedro.
—No necesito que nadie me las guarde, Mauro. Sé cuidarme solita. ¿Qué has pensado para la publicidad?
—Pues verás… en Italia mi suegro tiene unos viñedos preciosos. He pensado que podríamos grabar el vídeo allí.
—Imposible. Los gastos serían desorbitados y…
—Correría todo por mi cuenta, por supuesto. Vosotros solo tendríais que disfrutar del viaje.
—Hay miles de paisajes en Estados Unidos que serían perfectos para el anuncio. No tienes que hacer un desembolso solo por eso.
—Insisto. Le comenté la idea a mi suegro y le ha parecido espectacular. Me ha dado carta blanca para hacerlo.
—Tendré que consultarlo con Christian. Cuando sepa algo te lo haré saber. Y ahora, si me disculpas…
Mauro se levanta, pero en vez de marcharse cierra la puerta y se acerca a mí, intimidándome bastante.
—¿Qué demonios estás haciendo, Mauro? —pregunto con indiferencia.
No quiero que se dé cuenta del miedo que estoy sintiendo ahora mismo porque estaría perdida, pero el corazón se me va a salir de un momento a otro si no se marcha de una vez.
—Verás… —susurra apartando un mechón de pelo de mi cara— que mi primo te haya conseguido es algo que escapa a mi comprensión, ¿sabes?
—Tu primo y yo solo trabajamos juntos.
—No me engañes, preciosa, he visto cómo te mira.
—Estás enfermo.
—¿Enfermo? No, pero tengo la mala costumbre de probar a todas las mujeres que él consigue… como a su ex mujer.
O sea que eso es lo que le pasa a Pedro… este desgraciado se acostó con su mujer, seguramente cuando aún estaban casados… de ahí su divorcio.
—Eres un cerdo —escupo.
—Tal vez… pero te aseguro que lo pasarás mucho mejor en mi cama.
Mauro pega su cuerpo al mío y me sujeta de los brazos, impidiéndome moverme.
—¿Sabes, Paula? Mi primo no vale una mierda como amante, su mujer se quejaba constantemente de ello. Por eso le demostré lo que era un hombre de verdad… igual que pienso hacer contigo.
—Pedro es mucho más hombre que tú, Mauro. Por eso te ves obligado a hacer esto.
—Veo que aún no te ha follado… de lo contrario no estarías tan reacia a que lo hiciera yo.
—Como no me sueltes ahora mismo vas a arrepentirte el resto de tu vida, te lo advierto.
—¿Me vas a denunciar, preciosa? ¿A quién crees que creerán, a una simple empleada o al hijo del director de la empresa?
Un puño se estampa contra la cara de Mauro, que cae al suelo dejándome libre. Pedro tira de mí y me atrae a su pecho sin apartar la mirada de su primo, una mirada helada y llena de odio.
—Lárgate de aquí —susurra con los dientes apretados.
Mauro se levanta y se limpia la sangre de la boca con el dorso de la mano. Nos mira alternativamente a uno y a otro y sale de la habitación dando un portazo.
No puedo evitar abrazarme a Pedro con fuerza.
Ahora que todo ha pasado me fallan las piernas y no puedo dejar de temblar.
—Shh, tranquila… Ya pasó —susurra devolviéndome el abrazo.
Solo puedo asentir, porque la voz ha decidido abandonar mi garganta y apenas puedo respirar.
—¡Joder, Paula! Estás conmocionada. Ven, siéntate un momento.
Tras dejarme en una de las sillas, Pedro sale al pasillo y vuelve con un vaso de agua, que me obliga a beber de un tirón. Después se sienta en el suelo, a mi lado, y permanece mirándome hasta que la tormenta amaina y consigo tranquilizarme.
—Gra… gracias, Pedro —susurro al cabo de un rato.
—Olvidé mi móvil. De no ser por eso… ¿Seguro que estás bien?
—No… no lo estoy —reconozco—. Aún me tiembla todo el cuerpo.
—Ahora mismo voy a decírselo a Christian —dice levantándose y tirando de mi mano hacia la puerta.
—¡No! ¡Ni hablar! No podemos perder este contrato, Pedro. Si Mauro lo rescinde tu tío quedará en la ruina y todos iremos a la calle.
—¿Cómo? ¿Me estás diciendo que mi tío depende del capullo de su hijo para salir a flote?
—Más o menos… sí.
—¡Maldita sea! —Comienza a dar vueltas por la habitación—. Vamos, se acabó el trabajo por hoy. Te llevo a casa.
—No puedo irme, Pedro… tengo…
Pero él ya no me escucha. Ha marcado la extensión del despacho de su tío.
—Tío Chris, me llevo a Paula a casa… No, no ha pasado nada, solo está enferma… Sí, tranquilo, yo me ocupo. Hasta luego.
Cuando cuelga el teléfono, coge mi abrigo y me lo coloca sobre los hombros.
—Listo. Mi tío dice que te lleve a casa y que me ocupe de que estés bien antes de marcharme.
—Pedro, en serio, no hace falta, yo…
—O te llevo a casa o subo a contarle a mi tío lo que ha pasado. Tú eliges.
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Ayyyyyyyyyy, qué buenos caps, qué suerte que llegó Pedro para salvar a Pau del innombrable.
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